Paul McCartney es el único entusiasmado. Llega, se sienta, se cruza su bajo Höfner, unas frases en la pantalla nos advierten que los Beatles están a contrarreloj creando canciones para un especial televisivo inminente que los intentará renovar como conjunto al partir 1969 y de pronto, como cuando los rayos de sol empiezan lentamente a colorear el amanecer, emerge una melodía familiar, una letra tarareada que avanza sin mucho cuerpo pero que sugiere que algo grande está naciendo. “Get back, get back, get back to where you once belonged”.

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Al frente, Ringo Starr y George Harrison apenas abren los ojos, se atoran en un par de bostezos, observan distraidos, batallan a cabezazos contra el sueño matutino propiciado por horarios de grabación más propios de las rutinas del cine que de la música, sobre todo en el caso de ellos, habituados durante años a despachar obras maestras bajo el espesor nocturno.

No hay nada más humano que el tedio y la modorra. No hay nada más extraordinario que un Beatle creando un clásico de nuestra era en apenas minutos. No hay nada más universal que sentir hastio por una jornada laboral. No hay nada más único y asombroso que mirar a un genio de la cultura popular diseñando y resolviendo en segundos una composición legendaria.

En ese contrapunto -un músico creando y sus dos compañeros dormitando- está la médula de Get back, el fascinante documental de Peter Jackson ya disponible en Disney+. En esa escena del 5 de enero de 1969, en el día 4 de grabaciones para el proyecto audiovisual más ambicioso de los Fab Four y que luego derivaría en el áspero Let it be (1970), está prácticamente todo lo que vinimos a buscar: el grupo más excepcional de todos descascarado en todas sus formas y matices. En lo común y en lo esplendoroso.

Get back no reescribe de manera drástica o definitiva el epílogo de los ingleses, pero sí lo amplía, exhibe balances, destierra prejuicios, equilibra miradas, abre detalles antes omitidos. Los muestra caóticos, dubitativos, preocupados, alegres, juguetones, desafiantes, estresados, animados frente a su amistad, indiferentes ante su grandeza, incómodos mirando las cámaras, y no sólo como el conjunto que murió entre la rabia y el desprecio mutuo como habíamos creído durante cinco décadas.

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Como moscas pegadas en la pared, podemos husmear de cerca hasta sus más mínimos gestos y diálogos, en una inmersión profunda al cotidiano Beatle como nunca antes había sucedido en términos audiovisuales, mirando en detalle su faena como verdaderos artesanos de la canción.

Tienta el cliché de concluir que aquí John, Paul, George y Ringo se muestran “más humanos que nunca”, pero quizás sería más idóneo determinar que caen desnudos “al natural”, como precisamente pensaban promocionar este proyecto en 1969, apelando a mostrarse tal cual eran, sin adornos, sin aditivos, sin demasiados cortes o segundas lecturas.

No lo consiguieron en su momento, condicionados por el trauma de una ruptura donde costó por años detectar aspectos constructivos (el documental Let it be se estrenó tres semanas después de que se oficializara el quiebre, o sea, cuando la sangre y las lágrimas aún no terminaban de correr).

Peter Jackson lo consigue ahora, medio siglo más tarde: The Beatles en Get back muestran su colapso tal como realmente fue. O lo más cercano a como pudo haber sido. O quizás como ellos mismos querían escribirlo y narrarlo.

¿Sólo para fans?

Para llegar a ese resultado, el neozelandés debió aceptar que esto era una travesía titánica. 60 horas de grabaciones y más de 150 horas de filmaciones que se le entregaron en 2017 para que a partir de ahí determinara la nueva dirección de lo que se suponía escrito a fuego. Pero como un arqueólogo que encuentra oro puro donde antes había sólo rocas, el realizador se sorprendió con la abrumadora cantidad de material que al menos escalonaba la idea de Let it be como el testimonio de cuatro músicos atrapados en una combustión a punto de hacerse añicos.

Se trataba de las mismas grabaciones que en enero de 1969 registró Michael Lindsay-Hogg -responsable de clips promocionales de la banda, como Hey Jude o Revolution, y del Rock and roll Circus, de The Rolling Stones-, con el propósito de mostrar a los músicos componiendo y grabando canciones para un especial de TV que culminaría en su gran retorno a los escenarios luego de tres años, en un anfiteatro, un crucero de lujo o incluso la ambición desmedida de partir hasta las pirámides de Egipto.

Para no agregar aún más kilometraje a algo que ya resultaba maratónico, Jackson decidió partir su propio Get back 2021 con un resumen apurado con tomas de archivo de la trayectoria Beatle, desde sus inicios escolares en Liverpool, su fogueo anfetamínico en Hamburgo, los primeros éxitos de terno y corbata, el estallido beatlemiaco, la experimentación lisérgica, el trance a la austeridad que precipitó el Álbum blanco y finalmente Let it be en 1969, el proyecto que los congregaría en el último año de la década que los catapultó a la gloria, más adultos y decididos a la reinvención. El aterrizaje final. El puerto de desembarco en que hoy nos sitúa Disney.

El calendario -una imagen que va marcando el día a día del avance del documental- se sitúa el 2 de enero de 1969, el día uno de ensayos, y de inmediato se nos avisa que quedan cerca de dos semanas para que los Beatles ofrezcan su concierto de regreso, por lo que no tienen demasiado tiempo para ensayar canciones, grabarlas y luego mostrarlas frente a una audiencia en esos momentos indefinida.

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En esa estrecha línea de tiempo, el registro está presentado como una carrera contra lo imposible. Como una batalla asfixiante contra un rival invisible, contra la tiranía ejemplificada de forma tan simple y magistral por ese mismo calendario: ¿podrá la banda más grande de todas cumplir con los plazos, ostentar su genialidad y llegar a los tiempos requeridos?

Cuando los minutos avanzan, Jackson juega astutamente con esa idea de que ni siquiera ellos lo podrán lograr: hay primeros planos de McCartney preocupado por no poder resolver unos acordes, otros de Ringo -muchísimos- agotadísimo por la dinámica a alta velocidad de la iniciativa, mientras que en otras secuencias sus compañeros le preguntan a Lennon si tiene alguna nueva composición para ofrecer. Simplemente dice que no. Get back también es un juego que nos invita a ver qué tan genios son los genios.

Todo ello sucede en la primera parte del registro -las primeras casi tres shoras-, desplegada en los estudios Twickenham, una suerte de galpón amplio, desangelado, plomizo, clasutrofóbico y sin mucha gracia al oeste de Londres, destinado a la actividad cinematográfica y donde se recluyeron para por fin estar a salvo de las miradas ajenas y trabajar con tranquilidad.

Quizás como una manera de mostrar a la agrupación en su estado más informal posible, los primeros minutos resultan singulares para cualquier fan de The Beatles o cualquiera familiarizado con su historia; no hay alusiones a grandes himnos ni secuencias de alta intensidad, sino que ese espíritu de hombres comunes, con un anónimo invitado hare krishna de George Harrison inspeccionando todo desde en un rincón (imperturbable ante lo que está viendo), mientras John canta On the road to Marrakesh, tema que dos años después reciclaría como el sentido hit amoroso Jealous guy en su álbum Imagine.

George pregunta dónde están las consolas de grabación y nadie parece darle una respuesta satisfactoria. O nadie lo sabe. Caos, desorden, acomodo y ligero desconcierto en el despegue. Get back es todo eso y también un tobogán de larga duración para sólo los fans más duros, aquellos obsesionados con detalles, resoluciones para el debate o capítulos que abren múltiples pliegues para la interpretación.

Los auditores menos vinculados con John, Paul, George y Ringo se deben armar de paciencia -si es que se animan- ante largas siete horas de rodaje. Un terreno kilométrico no apto para quienes se agotan fácil.

El mito de Yoko y las jinetas de Paul

Aunque, en su primera parte, obsequia también material incluso para los que deseen ver al grupo en su faceta más lógica y elemental (tocando), o en aquella que históricamente ha despertado más morbo (la presencia de Yoko Ono al lado de John en toda la grabación).

También hay otro aspecto para aplaudir: la calidad de la imagen y del sonido -restaurados, realzada en sus coloroes, en sorprendente calidad HD, con las voces de los músicos mucho más prominentes- le da un inusitado aspecto de sofisticación a escenas facturadas hace más de cinco décadas.

En los ensayos, y mientras transcurren los días, hay espacio para verlos interpretar Don’t let me down, I’ve got a feeling o incluso una maravillosa versión corta de I shall be released, de Bob Dylan. También se muestran canciones inéditas del cuarteto (leyeron bien con todo lo que eso significa: canciones nunca antes escuchadas de la banda), gran parte de ellas escritas en sus días quinceañeros, mucho antes de la fama y la celebridad, como Just fun, Because I know you love me do y Won’t you please say goodbye. También la increíble My imagination, puro ruido y locura, firmada por sus cuatro miembros. ¿Cómo es posible que no las hayamos conocido antes?

Como el mandato era sacar composiciones lo antes posible, los músicos viajan hasta su prehistoria para poder echar mano a un repertorio inmediato. Ellos mismos se ríen de la marcha en reversa: es como llamar a compañeros de colegio para que te ayuden en tu trabajo actual. De ese puñado de canciones de juventud, sólo quedó One after 909 en el disco Let it be.

Pero ellos también pensaban en futuro. A la hora de plantear sus respectivas propuestas, Lennon sugiere que incluyan Gimme some truth (también después presente en su disco Imagine) o Harrison hace lo propio con All things must pass, que en 1970 bautizaría su debut en solitario. Todos cantan ambos temas, en otro esplendoroso momento que conecta lo que fueron (una banda de escolares) con lo que serían (cuatro tipos que un año después estarían separados pensando en sus aventuras en solitario). Todo ello sumado a los bocetos que empiezan a despuntar de tracks que conformarían el título que grabarían apenas semanas después, Abbey Road.

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¿No suena muy demandante y demoledor para cualquiera? A los propios Beatles las jornadas les parecen extenuantes. Dándose cuenta de aquello, Macca canta sobre el final de uno de los días de trabajo I’m so tired, el tema del Álbum blanco perteneciente a su compañero -una oda a la pereza que provoca la sobrecarga emocional y laboral-, en otra muestra de respeto y cariño por el material del otro, mientras todos caen rendidos y adormecidos arriba de sus instrumentos.

La única que casi no presenta sobresaltos en todo el metraje es Yoko: a cada minuto al lado de John, incluso cuando van al baño, confirmando su mito de mujer onmipresente. Alto: sí, no se mueve del costado del amor de su vida, pero jamás interfiere en el proceso de grabación o ensayos. Es más, a momentos todos parecen estar medianamente agradados de su presencia. Conversa con Linda Eastman -pareja de McCartney-, regala chicles, se pone a tejer, pinta caligrafía japonesa y sobre el final de la primera parte improvisa sus ya conocidos chillidos y alaridos mientras la banda es pura distorsión, con Paul acercando su bajo al amplificador para generar una de las imágenes más Jimi Hendrix de toda su carrera. Desahogo puro.

Es más: es como si los cuatro necesitaran de una figura ajena e indiferente para poder seguir adelante. Yoko no asoma bajo el prejuicio de la mujer que quebró al cuarteto. Peter Jackson logra al menos desvanecer el fantasma que la acechó por décadas.

A su vez, corrobora otro: si The Beatles llegó hasta acá, es en gran parte por responsabilidad de McCartney. En rigor, el hombre que hizo el mayor aporte creativo (los mejores temas) al proyecto que remataría en Let it be. Estas imágenes refuerzan su talento sobrenatural como autor e instrumentista.

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(Para la conversación postdocumental queda cierta interpretación: Yoko y Paul, los sobrevivientes, son los que mejor salen parados de esta aventura, quizás el efecto de aún poder contar la historia según sus credos y visiones, sumado a ese toque de fantasía que siempre ofrece una marca como Disney, bajo quizás el propósito de edulcorar algo que siempre fue agrio).

George se va: el conflicto mayor del registro

“No quiero parecer el jefe”, dice el autor de Yesterday en medio de una reunión, cuando hablan de las platas y derechos que significaría dar un show a gran escala en un lugar insólito. ¿Cómo no iba a estar estresado un grupo de amigos sometidos a la presión del tiempo entre componer un álbum majestuoso y a la par tener que descifrar problemas de negocios y dineros?

Macca parece a cada momento tener la brújula de una zona fangosa, cuando le pregunta a sus compañeros si realmente les entusiasma el proyecto, cuando indica cómo sonar, cuando habla de lo complejo que ha sido elegir un sitio tan inhóspito como los estudios Twickenham, cuando sugiere la idea inicial del posterior concierto en la azotea (ese deseo casi punk de “queremos ser llevados por la policía”) o cuando con espíritu obrero una y otra vez reconfigura Get back, con una alusión irónica a los inmigrantes paquistaníes que por esos años llegaban a Gran Bretaña, la que fue sacada de la versión definitiva para que no se entendiera como un manifiesto racista.

Es el rol que antes podía caberle a John y que empezó a asumir con mayor seguridad a partir de la muerte del mánager Brian Epstein, en 1967. Le da también para apuntar su opinión sobre Yoko o incluso no se enoja cuando detecta lo evidente: Lennon llega todos los días muy tarde. La puntualidad no es lo suyo.

La actitud se revertiría levemente. En la segunda parte de Get back, la acción se centra en los estudios Apple, en el centro de Londres, donde se trasladan para grabar las canciones, con John absolutamente eléctrico, energizado, divertidísimo, sin ningún rastro de la apatía de las primeras jornadas, para muchos provocada por la adicción a la heroína que comenzaba a golpearlo por esos días.

Por lo demás, el auténtico punto de quiebre del documental no lo marca él, sino que George Harrison, quien en el día siete de trabajo abandona la iniciativa aburrido del desorden, de lo poco comprensivos que se muestran con él y simplemente hastiado de una idea que nunca le interesó. Está en su peak creativo, más empoderado que nunca incluso para opinar a cada minuto acerca del rumbo de las composiciones -impensado sólo años antes, ahora lanzando frases tipo “vamos muy lento”-, por lo que no tolera que su rol se vea minimizado o cuestionado.

“Nos vemos en los clubes”, dice al retirarse y descolocar a todos.

A la mañana siguiente, nadie sabe muy bien cómo actuar. Tienen un par de reuniones en la casa de Ringo y sólo después de casi una semana los cuatro vuelven al estudio. Cuando Harrison tienen el estatus de “renunciado” y no está en las filmaciones, Get back se va por un atajo sorpresivo: muestra una grabación sólo en un audio de una charla de Paul y John en una cafetería, debatiendo sobre el futuro de la banda.

Sólo con sus voces rebotando entre la insípida imagen del reducto que nos muestra Jackson, parecen dos espectros en medio de la nada intentando salvarlo todo. Otro acierto que juega con la desesperación de dos creadores contra el tiempo.

“Esto es una herida gigante”, califica Lennon en torno a la partida de su amigo. “Deja de reprochar al resto, porque es lo mismo que no te gusta que te hagan a ti”, ataca John cada vez más áspero sobre su camarada, el que se defiende como puede: “Tú eres el jefe aquí, pero el último tiempo me ha costado a mí tomar ese puesto y es muy difícil”.

Como esas mismas voces sin cuerpo, hay algo intangible pero protagónico que se desliza en absolutamente toda la película: la sensación de que en cualquier momento todo puede irse al tacho de la basura. De ese fantasma de estar siempre al borde del precipicio, estas imágenes parecen nunca haber podido sacudirse.

Pero también late algo innegable. Cuando los cuatro están juntos, aún es química pura. Las miradas de complicidad de John y Paul son excepcionales, así como al recordar anécdotas como “cuando tocamos She loves you en Suecia”, rememorando un hito de sus inicios, ese despertar en que eran un grupo totalmente distinto.

El amigo Billy y la astucia de Spector

De hecho, cuando George decide volver, todo parece fluir otra vez. Hay bromas, payasadas, risotadas, griterío en el estudio, chistes estridentes, el compañerismo de siempre incluso para mostrarse los discos que han comprado en el último tiempo, como el seminal Beggars banquet (1968), de The Rolling Stones, acompañado de una improvisación fermentada en puro blues, mientras leen chismes acerca de ellos mismos en revistas y periódicos repartidos por el piso.

Paul parece también en éxtasis, regalando en estudio versiones breves para viejos éxitos, como Please please me o Strawberry fields forever. Son los pasajes de mayor dicha de toda la cinta.

Por su lado, es el mismo Harrison quien propone a Billy Preston para las sesiones, parte fundamental del disco Let it be y quien cuenta con la inmediata aprobación de todos sus camaradas. También aparece la figura de Glyn Johns, productor que se encargaría de montar todo lo grabado, el tipo que se catapultaría como el gran mentor del sonido de este disco.

Fue contratado por Paul y su misión sería precisamente darle un aire más crudo y cotidiano a las canciones, más natural y sin ornamentaciones, lo que a la larga no pudo hacer: como el disco terminó en el desgano y el desapego total, fue a parar a manos de Phil Spector. Él finalmente se quedó con los créditos de artífice y productor.

Eso sí, Spector fue astuto en replicar las mismas conversaciones, encuentros, frases y diálogos capturados por Johns -todos presentes en el documental-, arrojando igual en el álbum que todos conocemos la sensación de que estamos más cerca que lejos de los Beatles

En ese camino siempre confuso, Get back también es el retrato de cuatro músicos que saltan de la majestuosidad a la simpleza en apenas un par de días. Anhelando tocar en pirámides o en un anfiteatro romano situado en Libia o Túnez, terminan subiendo las escaleras para presentarse en la azotea del mismo edificio que comparten día a día, show que acá aparece completo por primera vez (42 minutos). Ni siquiera necesitaron tomar un taxi para el recital más emblemático de su historia. El más copiado, el más homenajeado, pese a que apenas parece un ensayo entre el frío y el ruido londinense.

Ese péndulo parece marcar todo el vértigo de Get back. Un grupo que simplemente colisiona con la naturaleza imperfecta de sus decisiones y de su marcha en el tiempo. Ahí surge el punto medio justo entre lo genial y lo trivial, entre lo extraordinario y lo común. Ni más ni menos que la simple simetría que necesitábamos para comprender su adiós.

*Get Back se estrenará en tres partes en la plataforma Disney+, los días jueves 25, viernes 26 y sábado 27.

Sigue leyendo el especial de Get Back en Culto:

Paul McCartney: “Éramos una democracia. Los cuatro teníamos que estar de acuerdo o no se hacía”
La historia de Get Back, el proyecto maldito de los Fab Four
De “me emociona” a “un álbum de segunda”: qué lugar ocupa Let it be en mi bitácora beatlemaniaca
Billy Preston, los claroscuros (y la genialidad) del último “quinto Beatle”
Let it be o el colapso de los Beatles canción por canción

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