Un dolor de muelas durante el confinamiento me ha permitido descubrir cómo será ir al dentista del futuro. Del futuro inmediato, al menos. Se parece mucho a lo que debió de sentir E. T. cuando los agentes del Gobierno lo sacaron de casa de Eliott con aquellos trajes espaciales por túneles de plástico. En mi caso, en vez de un alienígena escondía una endodoncia y Ana, mi dentista, no tenía el presupuesto de Steven Spielberg para el 'atrezzo'. Aun así, la aparatosa puesta en escena de una consulta en tiempos del coronavirus se le da un aire. Es la experiencia de las últimas semanas que más claro me ha dejado lo mucho que nos va a cambiar la vida cuando volvamos a salir de casa.
Soy la primera paciente que recibe esta consulta desde que hace seis semanas se decretó el estado de alarma. Mi dentista, muchos de los 40.000 que hay en España, cancelaron todas las citas porque, aunque teóricamente son esenciales y pueden abrir, les pareció lo más sensato ante la falta de garantías de seguridad tanto para el personal como para los pacientes. Solo se atienden urgencias y algunos ni eso. El Consejo General de Dentistas ha elaborado un laborioso protocolo para la vuelta al trabajo en tiempos del coronavirus y como llevo varias semanas aguantando el dolor he sido la primera elegida para ensayar las nuevas medidas de seguridad.
Al entrar en la clínica, absolutamente todo el instrumental está envuelto en papel film transparente como ese que se usa en la cocina. Como el de la cocina no, el de la cocina, matiza mi dentista, que me recibe detrás de una pantalla de plástico que lleva por visera. La ha impreso en 3D un profesor de instituto para echarle una mano, porque sus proveedores habituales no están dispensando material durante el confinamiento. También el sillón dental donde me voy a sentar está recubierto, pero no con plástico, sino con manteles de papel que tenían pinta de ser del Mercadona.
"Se supone que por precaución todos deberíamos actuar como si estuviéramos contagiados y eso es un lío aún mayor en el dentista"
Las nuevas precauciones en tiempos de pandemia han empezado incluso antes de entrar. Lo primero, hay que tomarse la temperatura antes de asistir a la cita. Con 36,7º no habrá problema. Aprieto al llegar el timbre con el codo porque voy supermentalizada para extremar las precauciones. Desde que empezó el confinamiento me inquietan mucho los botones, temo ser una de esas personas asintomáticas que sin saberlo le pueda contagiar el virus a quien lo apriete después. Se supone que por precaución todos deberíamos actuar como si estuviéramos contagiados y eso es un lío aún mayor en el dentista, donde es imposible estar con la boca cerrada.
Hace apenas dos meses, la última vez que estuve en esta consulta de Príncipe de Vergara, limpiarme los pies en el felpudo de la entrada era la única precaución que tomaba antes de entrar. Ahora lo primero, nada más decir buenos días tras una mascarilla, debo limpiarme con gel hidroalcohólico las manos y los zapatos. Sí, también los zapatos, con un spray que hay a la entrada para ello. Hay que fumigarse el calzado con un pulverizador y luego ponerse unas calzas de plástico antes de dar un paso. Y otra vez el gel de manos.
Antes de que llegue han desinfectado toda la clínica, paredes incluidas, con una solución de hipoclorito sódico en un pulverizador a presión que tenía en casa para fumigar árboles. En la sala de espera antes había seis o siete sillas, ahora solo han dejado dos. No puede ser más minimalista. Lo exige el nuevo protocolo del Colegio de Dentistas. También recomienda quitar mesitas, cuadros, floreros y todo tipo de folletos informativos y juegos de mesa. Han desaparecido también las revistas de cortesía, porque el coronavirus puede permanecer en papel y cartón 24 horas. Corren el riesgo de quedarse como un recuerdo precovid-19. En Dinamarca, también las han prohibido por precaución en las peluquerías recién reabiertas tras el confinamiento.
Los dentistas piden el cierre de las consultas: "Somos un vector de propagación del virus" David BrunatTambién el baño de la consulta ha cambiado. Han retirado el secador de manos y las toallas. Unas instrucciones plastificadas explican cómo lavarse las manos durante 40 segundos y para secarse hay servilletas de papel desechable. También está prohibido lavarse los dientes en este espacio. Eso sí que es curioso. Prohibido lavarse los dientes en el dentista. Tiene sentido, dado que el mayor riesgo de contagio está precisamente en las gotitas que desprendemos por la boca. Otro de esos gestos cotidianos convertido por el covid-19 en un campo de minas.
Mi dentista y su asistente llevan puestas dos mascarillas cada una tras la pantalla de plástico. Las han comprado en la farmacia, igual que los geles hidroalcohólicos, a precio de farmacia. El 80% de los dentistas españoles declara no haber podido adquirir las EPI que necesitan y el 20% restante a lo mejor ni siquiera lo ha intentado, porque 1 de cada 4 ni siquiera atiende urgencias. Desde hace dos semanas los distribuidores tienen puesto un contestador automático y no responden las llamadas. Así que poder atenderme esta endodoncia de urgencia es posible que le esté costando más dinero a mi dentista del que cobra la consulta. Hasta mayo los proveedores de material sanitario les han dicho que no van a surtir, sospechan que tenga algo que ver con el lío de la fijación de precios y la escasez de material. El caso es que han preferido esperar a que se aclare todo y solo aceptan pedidos por 'e-mail' a partir del 30 de abril. Así que hasta mayo esta clínica no abrirá la consulta y empezará poco a poco por retomar las citas para ortodoncias, que apenas genera aerosoles y por tanto es menos arriesgado.
En la consulta llevan puestas también unas batas plastificadas que están hechas con bolsas de basura. Son como las que han estado usando los médicos en los hospitales estos días, me explica la auxiliar de clínica. Ella misma ha estado fabricando como voluntaria cientos de estas batas siguiendo un tutorial de vídeo para ayudar al personal del Hospital Infanta Leonor de Vallecas, que necesitaban protección urgente durante la crisis sanitaria. Estas batas negras hechas a mano tienen mangas y hasta puños. Me los enseña orgullosa su creadora porque no debe de ser fácil hacer ese fruncido con una goma elástica y un vaso. Las mangas, que es lo más difícil de hacer en estas batas artesanas, las hace con un sellado térmico utilizando su propia plancha del pelo. Hay que tener cuidado de no apretar mucho para que el plástico de la bolsa de basura no se queme ni apretar demasiado poco porque entonces no sellaría, pero después de hacer 500 batas como estas se ve que ya tiene práctica.
Antes de sentarme en el sillón, tengo que ponerme un gorro y echarme en las manos otra vez gel hidroalcohólico, aunque me recuerdan que no puedo tocar nada. Me ponen además unas gafas de plástico protector. Ahora mis ojos también están cubiertos de plástico, como lo demás que me rodea. Más de una hora han tardado en envolverlo todo en el papel film. Según el protocolo, también podría ser papel aluminio, y entonces sí que hubiera parecido el escenario de una película del futuro de bajo presupuesto. En cuanto me vaya retirarán todo ese plástico y lo tirarán cuidadosamente a la basura y volverán a desinfectar todas las superficies. Hay que repetir el mismo procedimiento para cada paciente. Va a ser difícil rentabilizar las sesiones, porque antes del coronavirus, en cuatro horas, podían ver una veintena de pacientes. Con este protocolo de seguridad no dará tiempo más que a tres o cuatro. Hoy, como es el día de prueba, seremos solo dos en toda la mañana.
Al menos los dentistas están acostumbrados a los protocolos de seguridad, pero medidas como estas van a tener que irse implantando en todo tipo de negocios una vez que reabran adaptados a los nuevos tiempos del covid-19. Las nuevas condiciones de seguridad exigirán que entre paciente y paciente haya que ventilar diez minutos, pero abriendo la ventana sin que haya corriente. El protocolo, con 39 páginas de instrucciones pormenorizadas, ni siquiera permite conectar el aire acondicionado centralizado por si transmite el virus entre salas.
Todo este jaleo y ni siquiera hemos empezado todavía. Me enjuago antes de empezar con un colutorio con agua oxigenada diluida porque, según me explican, eso disminuirá mi carga viral (si la tuviera). Creen que estas precauciones han llegado para quedarse mucho tiempo. "Van a ser unos años muy complicados, pero hay que aguantar", me dice Ana, que cuando me recibe ni siquiera sabe después de seis semanas si le van a conceder el ERTE que pidió hace un mes y medio. Aunque ha tenido la clínica cerrada por precaución, hasta que esta semana lo autorizó específicamente el Gobierno en un nuevo decreto, no estaba claro si los dentistas podrían acogerse o no a la causa de fuerza mayor. Aunque ni siquiera tuvieran a su disposición el material con el que protegerse de un riesgo evidente de contagio.
Y mientras escucho, ahí estoy, tumbada boca arriba y boquiabierta, como se tumba uno en el dentista. Con unas gafas de plástico puestas, observo sus caras tras las pantallas plastificadas mirándome mientras se acostumbran a usar por primera vez todos esos aparatos plastificados, bajo la luz de una lámpara envuelta en plástico también, que nos recuerda en todo momento que cualquiera de los que estamos en esa clínica podemos ser contagiosos sin saberlo. No sabemos a quién protegemos de quién. Y ahí es cuando me acuerdo del pobre E.T.
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