Si en julio de 2012 Mario Draghi, el exjefe del Banco Central Europeo, no hubiera pronunciado tres palabras mágicas “Whatever it takes” (lo que haga falta) es posible que hoy hubiera que desembolsar tres mil trescientas diecinueve pesetas, en lugar de casi veinte euros, para adquirir Mario Draghi. El artífice (Deusto).
Sin embargo, todavía existe un Banco Central Europeo al frente de diecinueve economías diferentes. Y todo gracias a Súper Mario, el apodo por el que se conoce tambiénal americano y al profesor.
Recientemente se ha publicado la verdadera historia del político que hizo posible que la vida de 340 millones de europeos no diera un vuelco. El libro, escrito por Jane Randow y Alessandro Speciale, aporta pistas interesantes sobre su proverbial cara de póquer. ¿EraSúper Mario dialogante? ¿Cuál era su tolerancia con los estúpidos? ¿De qué modo organizaba las reuniones para que fueran fructíferas?
Primera pista: el escritorio que tenía Draghi en la planta cuadragésima del Banco Central Europeo (BCE) en Frankfurt estaba orientado hacia el centro de la habitación, así que Draghi no tenía por costumbre mirar por la ventana de su despacho como suelen hacer muchos hombres poderosos. “Más allá del paisaje, cualquiera que se encontrara de visita en la penúltima planta de la torre sur del BCE también debería de abstenerse de buscar mensajes ocultos en la decoración”, añaden Randow y Speciale.
Para encontrar indicios de la huella dejada por Draghi en el BCE hay que fijarse en objetos menos llamativos, dispuestos con discreción entre los libros: el casco prusiano de 1871 que le regaló el periódico alemán Bild (un recordatorio de que, para los alemanes, el presidente de un banco central debe adoptar una política dura sobre la inflación), un billete de cinco euros que entró en circulación en 2013 o la miniatura de un Citroën, semiescondida en un estante bajo.
Aunque la gran pregunta sigue en el aire (¿está el euro destinado a perdurar?), nadie discute que el BCE es ahora más poderoso que hace diez años. Para Draghi, el euro es algo más que una iniciativa financiera y económica. Es la encarnación del proyecto político a largo plazo de una unidad europea, surgido como respuesta a las guerras que devastaron el continente durante la primera mitad del siglo XX, y “un baluarte contra la aparición de futuros conflictos. Ésa es la razón por la que, para Draghi, hablar de Grexit o Italexit, o de cualquier otro exit (salida) es peor que absurdo: es peligroso”, puede leerse en el libro.
Lee tambiénFue su padre quien le enseñó a enfrentarse a la vida. “En una ocasión –recuerda Mario– me habló de un monumento en la plaza de una ciudad alemana. La placa decía, más o menos, así: 'Si has perdido tu dinero, no has perdido nada, porque podrás recuperarlo con el próximo negocio. Si has perdido el honor, has perdido mucho, pero podrás reconquistarlo con un acto heroico. Pero si has perdido la valentía, lo has perdido todo'”.
La temprana muerte de sus padre, cuando él tenía 15 años, y al poco tiempo de su madre, obligó al joven Mario a ganarse las habichuelas cuando todavía llevaba pantalón corto. “Recuerdo que a los 16 años, al regresar de unas vacaciones en la costa con un amigo, que él podía hacer lo que quisiera; yo, en cambio, estaba en casa con un montón de correspondencia por despachar y de facturas que pagar”, contó medio siglo después en una entrevista.
Lee tambiénPor lo que se refiere a su tiempo libre, a Mario Draghi le gusta el deporte. Su carrera en el baloncesto acabó en el Instituto Massimo, donde imitaba el estilo de juego de Bill Bradley, en ese momento jugador del Olimpia Milano y posteriormente elegido senador de EE.UU. Draghi jugaba de escolta (al igual que Bradley) y era muy competitivo, pero también destacaba como jugador de equipo, señala Paolo Vigevano, consejero delegado de la empresa eléctrica Acquirente Unico y expívot del equipo.
Cuando Draghi vivió en EE.UU. trabajando para el Banco Mundial empezó a jugar al tenis y, más adelante, al golf, como tantos otros de sus colegas banqueros. Cuando se encuentra en su casa de la costa, en los alrededores de Roma, acostumbra a salir a correr, a veces con su perro, un braco húngaro muy activo y cariñoso. Por lo demás, Draghi ama al fútbol y es hincha de la Roma, el equipo de su ciudad. También le agrada hablar de teatro, de restaurantes y del último fenómeno social, así como está dispuesto a hacer sugerencias literarias o culinarias a quien se las pida. “Me aconsejó los libros de Elena Ferrante”, reconoció un colega del BCE, mostrando su sorpresa por el hecho de que Draghi conociera a esta escritora fantasma que ha hecho correr ríos de tinta.
Muy pudoroso con su vida privada, se sabe que es aficionado a los museos y que no siente una inclinación especial por el rock o el pop, a diferencia de por la música clásica. Está considerado un hombre más de números que de letras por lo que sus citas son casi siempre de economistas, salvo alguna excepción, como cuando parafrasea al sociólogo polaco Zigmunt Bauman y su modernidad líquida.
La experiencia que le abrió las puertas a Mario Draghi para convertirse en Súper Mario se produjo al poco de licenciarse cuando, invitado por el profesor Franco Modigliani, se trasladó al otro lado del océano para hacer un doctorado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés).
El MIT representaba la vanguardia del pensamiento económico y contaba con algunas de las mentes más brillantes del momento. Entre sus compañeros de curso estaban Olivier Blanchard, futuro economista jefe del FMI, el griego Lucas Papademos, que se convertiría en vicepresidente del BCE, mientras que Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal entre 2006 y 2014, obtuvo el doctorado dos años después de él.
Aceptado al principio de manera temporal, Draghi se convirtió en un doctorando a todos los efectos, tras convencer a sus profesores de que “valía la pena tenerme”, como diría él mismo muchos años después. En todo caso, tuvo que trabajar mucho, en el aula y fuera de ella. Ya estaba casado con Maria Serenella Cappello y su beca de estudios sólo cubría el alquiler y la comida. Un día normal podía fácilmente durar dieciocho horas entre la asistencia a los cursos, la preparación de los exámenes, la redacción de la tesis, la docencia y el trabajo. “En Estados Unidos aprendí lo que significa trabajar duro”, admitió Draghi en su día. “Era un chico taciturno, pero un estudiante inmejorable”, ha manifestado Robert Solow, uno de los dos directores de su tesis (el otro era Franco Modigliani quien, al igual que Solow, había obtenido el premio Nobel de Economía).
Después del doctorando, Draghi retomó la carrera académica, dando clases en las universidades de Trento, Padua, Venecia y, finalmente, Florencia. Pero también empezó a moverse fuera del mundo académico. En 1983, se convirtió en asesor de Giovanni Goria, el ministro de Tesoro; un año más tarde fue nombrado director ejecutivo del Banco Mundial. Su fama no dejó de crecer en los años ochenta, cuando el primer ministro italiano, Giulio Andreotti, lo nombró director general del Tesoro italiano, cargo que ejerció durante diez años en los que se sucedieron hasta once gobiernos distintos.
El 28 de enero de 2002, tras un periodo en Harvard, Draghi fue nombrado vicepresidente y director general de la división internacional de Goldman Sachs. En gran medida, fue contratado como abrepuertas para que hiciera servir sus contactos, pero Draghi no desaprovechó la experiencia para aprender cómo trabajaban los traders y banqueros. Su capacidad para leer el pensamiento de los inversores tendría un papel clave en 2012 con la crisis de la eurozona y las turbulencias que amenazaron con destruir la moneda única.
Pero, si por algo ha sobresalido Draghi en sus 74 años de vida es por su conocida costumbre de quedarse al margen de las trifulcas. “¿Dónde está Draghi? En otra parte”, se convirtió en un chiste habitual por su legendaria capacidad de escabullirse. Su hábito de desaparecer de las reuniones para atender una llamada o hablar con un funcionario le llevó a ser conocido en Italia como “el señor que está en otro lugar”.
Sus más estrechos colaboradores se preguntan a diario cuándo encuentra tiempo para dormir pues, sin importar a qué hora es la primera reunión de la mañana, Draghi llega siempre preparadísimo, con los periódicos leídos y todos los documentos sobre el problema a tratar analizados. Su estilo es analítico: hace preguntas difíciles y escucha las respuestas con atención. Eso sí, pone en duda los lugares comunes y las costumbres aceptadas.
Mario Draghi tiene fama de ser una persona tremendamente ocupada. Por este motivo, no tiene paciencia para las discusiones que duran demasiado. A juicio de quienes mejor lo conocen, Draghi se concentra en unas pocas cuestiones cruciales para que los árboles no tapen el bosque y no tiene problema alguno en dejar la gestión diaria a subordinados y colaboradores. Eso sí, cuando Draghi confía un proyecto a alguien, “significa que, a todos los efectos, eres el responsable”, escriben Randow y Speciale. A diferencia de su predecesor en el BCE, Jean-Claude Trichet, quien siempre concedía la palabra a todos los asistentes a una reunión, Draghi prefiere reuniones breves y programadas, y no permite que los presentes sigan hablando por el simple placer de oírse a sí mismos. “No tiene tolerancia alguna con los estúpidos”, dice un estrecho colaborador suyo. Y cuando su paciencia está a punto de agotarse, con frecuencia se nota. “Si considera que una discusión ha superado el límite, Mario la corta”, puede leerse en el libro. En la práctica, Draghi prefiere las conversaciones a dos a las reuniones atestadas de gente. Si necesita una información, coge el teléfono y llama al experto de referencia, en lugar de reunir a más personas en torno a una mesa o de proponer un cónclave online vía Zoom o a través de cualquier otro software de vídeo chat.
Draghi presenta una propuesta sólo después de haberla contemplado desde todos los ángulos posibles. Dicho esto, se considera abierto a sugerencias alternativas. Le gusta, por ejemplo, que sus consejeros digan lo que piensan y le rebatan. “De lo contrario, no estarían haciendo su trabajo”, recuerda. Sobre este particular, suele citar una célebre frase atribuida a John Maynard Keynes: “Cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión. ¿Usted qué hace, señor?”.
Draghi ha dejado más frases para el recuerdo. Por ejemplo, siendo presidente del BCE comparó al euro con un abejorro: “según las leyes de la física, es imposible que pueda volar, y sin embargo lo consigue”. Ahora, no obstante, “el euro deberá convertirse en una verdadera abeja”, señaló cuando la moneda única pasaba por uno de sus peores momentos, en junio de 2012.
En 2021 la revista Time consideró a MarioDraghi una de las 100 personas más influyentes de 2021 . En febrero de ese mismo año fue nombrado primer ministro de Italia, aunque renunció a cobrar su sueldo, unos 110.000 euros brutos al año. Su patrimonio le permite vivir sin apreturas (además, percibe una remuneración anual tras su paso por el BCE), aunque su gesto le honra como servidor público. Los ingresos declarados por el premier en 2020 (ejercicio 2019) ascendieron a 581.665 euros.
Su declaración de la renta certifica que posee diez inmuebles (uno de ellos en Londres), algunos en régimen de copropiedad y uno en comunidad de bienes, además de seis terrenos. El expresidente del BCE posee también una participación de 10.000 euros en la sociedad Serena, un fondo sin ánimo de lucro que lleva el nombre de su mujer, con la que lleva casado toda la vida y con quien tiene dos hijos y un nieto.
Sin embargo su principal testamento es haber sido el verdadero artífice de un rescate que muchos consideraban imposible, cuando, en medio de una crisis mundial sólo comparable a la de 1929, las deudas griega, italiana, española y portuguesa pusieron en peligro la existencia misma del proyecto común europeo.
Para Draghi, las pequeñas naciones europeas pueden tener relevancia y voz si están unidas. En cambio, por sí solas, están destinadas a discutir entre ellas mientras Washington, Pekín o cualquier otra nación decide el curso de la historia.
Por reflexiones como la anterior, Draghi ha sido en 2021 el único italiano presente en el listado de las 100 personas más influyentes del planeta que elabora Time . Es la tercera vez que el expresidente del Banco Central Europeo lo consigue y puede que no sea la última…
Lee también
Sin minería ni Portezuelo, nace en Malargüe una empresa que produce vino
Adiós a Carlos Marín: así es el patrimonio y la fortuna que deja el cantante de Il Divo
Récord de mujeres afiliadas a la Seguridad Social, pero temporales y con bajos salarios
Ceviche a Recoleta y medialunas para funcionarios: la apuesta de los trabajadores de la Villa 31 para vender fuera del barrio