Es mediodía en los estudios Smashbox de Culver City de Los Ángeles y Samuel L. Jackson (Washington, 1948) está que se sale. El hombre que más improperios ha lanzado en la historia del cine –con permiso de Joe Pesci– lleva una hora posando para las cámaras de ICON y se le ve notablemente cómodo frente a los focos. Se muestra divertido. Irradia una mezcla de carisma e intimidación. Resulta curioso ver en este contexto al tipo que recitaba Ezequiel 25:17 y mataba a discreción en Pulp fiction, que era devorado por un tiburón tras dar un memorable discurso sobre la supervivencia en Deep blue sea, era un negro esclavista en Django desencadenado o atravesaba Central Park en un taxi sin frenos en Jungla de cristal: La venganza. La sesión le ha impedido comer a su hora habitual. Se lanza sobre un plato de ensalada y legumbres y, quizá porque la vida sería un gris trámite si no nos permitiéramos alegrías puntuales, una enorme galleta de chocolate.
Con 67 años, ¿cuesta motivarse? Para nada. El cine es el principal medio en el que trabajo, y la actuación es mi vida, pero sería igual de feliz haciendo una obra de teatro o una serie de televisión. Mientras esté haciendo algo creativo… Siempre he querido pensar que soy como un escritor o un pintor. Y en esta vida te llega un número limitado de oportunidades para hacer cosas. Yo quiero seguir aprovechando todas las que me sea posible.
Dice que le gusta crear, pero no ha probado a dirigir. Dirigir es un tipo de creación que no me apetece explorar. No me gusta el control que requiere. Tienes que mirar las mismas cosas a diario, tienes que eliminar escenas, tienes que preocuparte de la música y de todos los aspectos de la producción. En ese tiempo puedo hacer cinco películas, así que no estoy interesado.
Este mes estrena La leyenda de Tarzán, donde una vez más forma parte de un reparto coral. ¿No echa de menos haber tenido más papeles protagonistas? No. Nunca me fijo en la envergadura del personaje dentro de la historia. Eso no es lo que me atrae del guion. No necesito que todo gire a mi alrededor. Me gustan los personajes que, al aparecer, mejoran el relato.
Jackson tiene dos pasiones innegociables en la vida plácida y extremadamente privada que se enorgullece de llevar entre Nueva York y Los Ángeles. Primero está el golf, hasta el punto de que suele añadir una cláusula en sus contratos que le permite jugar durante los rodajes. Luego está LaTanya Richardson, con la que lleva casado 36 años. La pareja tiene una hija, Zoe, de 34. Esto le convierte en un caso único de estabilidad doméstica y salud física y mental en Hollywood. Lejos quedan los tiempos de desbarres que le llevaron a una clínica de desintoxicación justo antes de rodar con Spike Lee Jungle fever (1991), donde encarnaba fielmente a un cocainómano.
Probablemente usted será recordado por sus películas con Quentin Tarantino, pero fue Spike Lee quien le dio sus primeras oportunidades. Trabajé mucho con Spike, pero siempre ha sido algo recíproco. Al principio nos ayudábamos mucho: él se rodeaba siempre de la misma gente y tuvo suerte de contar con personas muy bien formadas que veníamos del teatro. Sabíamos lo que había que hacer: Laurence Fishburne, Giancarlo Esposito, Bill Nunn y yo. Todos habíamos trabajado antes de que llegara él e hicimos que sus películas fueran mejores. Tuvo suerte de contar con nosotros. Spike y yo tenemos una buena relación, pero sabe que con peores actores no hubiera tenido tanto éxito. Se lo digo todo el rato. Y él no es ciego; lo sabe perfectamente.
Cuando usted creció, admiraba a Sidney Poitier. ¿Le intimida pensar que existan hoy actores jóvenes que quieran ser como usted? Me gustaba Sidney porque deseaba encarnar personajes tan memorables como los suyos, pero no necesariamente seguir su mismo camino. Vine a Hollywood sin la más mínima idea de qué esperar ni de cómo manejarme porque venía del teatro. La gente suele tener planes y objetivos. Yo ni sabía cuál iba a ser mi camino ni cómo me tenía que comportar. Pero espero que si alguien se fija en mi carrera, estudie los personajes, las películas, las historias… Hay que contar cosas importantes. Ahora muchos quieren ser famosos y ya. La fama tiene algo que ver en lo que hago, pero muy poco. No me hice famoso por ser polémico, guapo, simpático o musculoso, sino porque hice cosas que fueron entretenidas y culturalmente relevantes. La gente pagó por ver el trabajo que había hecho. La fama fue una consecuencia.
¿Qué opina de la polémica sobre la ausencia de actores negros en los Oscar de la pasada edición? A mí no me nominaron pero hice, una vez más, una labor que debería ser reconocida. Creo que Los odiosos ocho era genial y que yo estaba de puta madre. No me nominaron, vale, pero ya estoy acostumbrado. Llevamos muchos años así. Me podían haber dado el Oscar por Pulp fiction, ¿no? El estudio decidió que John Travolta fuera como mejor actor y yo como secundario. No lo entendí. ¿Por qué debía ser así si nuestros papeles eran igual de importantes? Y luego va Martin Landau y gana por Ed Wood. Martin es un actor aceptable. La gente me decía: “A él ya lo han nominado varias veces, tú vas a estar mucho tiempo en Hollywood. Ya te llegará el momento”. ¿Qué coño? ¿Te tienen que nominar cinco putas veces y perder todas para que ganes por una película que vieron ocho personas y a nadie le parezca mal? Ni siquiera todos los académicos la vieron. “¡Es Martin Landau: vamos a hacerle un favor!”. Eso me lleva pasando desde siempre, desde Jungle fever. Doy por hecho que no me van a nominar y no me importa. Si gano alguno, genial. Y si no, la gente aún recordará que hice algunas películas en mi carrera. Nadie olvidará que estuve en este negocio. Está bien. Los premios no pesan sobre mi conciencia.
Jackson es una de las personalidades más activas políticamente de Hollywood y en su juventud lo era aún más, hasta el punto de que, como miembro del movimiento Black Power, retuvo a la junta directiva de la Universidad Morehouse (Atlanta) –incluido el padre de Martin Luther King– como rehenes durante dos días para obligarles a incluir más cursos sobre historia afroamericana. Recientemente escribió en Vanity Fair un artículo sobre su propia experiencia como hombre negro en Hollywood. Recordaba una obra de teatro en la que trabajó durante el rodaje de Pulp fiction. Una noche, tras actuar, fue a cenar con amigos. A la salida, se quedaron un rato hablando en la calle y, de repente, fueron rodeados por cinco coches de policía. Los agentes les apuntaron con pistolas y les obligaron a tumbarse boca abajo.
¿Qué responde cuando le preguntan por el racismo? La gente mira y juzga con los ojos. No solo aquí, en todo el mundo. La gente siempre dice que el racismo en EE. UU. es un problema. Y sí, el racismo es claramente un problema, pero seguro que sucede igual en todas partes. Hay gente que mira a otro y se siente superior a él. ¿De dónde les vendrá? No sé, pero ha pasado a lo largo de toda la historia. Quizá desde las cruzadas de los cristianos, que veían a los negros como salvajes. Hay gente a la que no les gustan los que no tienen su mismo aspecto y creen que son inferiores. No todos piensan así, aunque los de piel clara suelen creerse superiores a los oscuros. ¡Es una mierda de lo más extraña!
¿Qué es lo que más le fastidia de su país? Que no nos ocupamos de nuestros mayores. Dedicaron sus vidas a construir este país, a hacer lo posible por criar a sus familiares y dejar un panorama mejor para las nuevas generaciones. Son la espina dorsal del país. Y nosotros, mientras, pasamos mucho tiempo debatiendo cómo quitarles más servicios a los mayores. Les arrebatan las ayudas, la asistencia sanitaria… Como si nos limitáramos a esperar que se mueran y desaparezcan de vista.
¿Cree que hay esperanza? Me gustaría. Hubo un tiempo en que sí nos preocupaban estas cosas. A los políticos se les llena la boca hablando de “volver a hacer América grande” [eslogan electoral del republicano Donald Trump]. Pues empezad por respetar a quienes la hicieron. Ojalá encontráramos la forma de unir a mayores y pequeños. Tendríamos un país mucho mejor. Los mayores aman a los pequeños y los niños adquirirían una conciencia histórica impagable. Son abiertos y cariñosos, no nacen discriminando. Ojalá se establezca un sistema que les permita conectar y reforzarse mutuamente. No sé si será posible, porque ese tipo de trabajos de clase media ya no existen.
Quizá algo de la pasión de sus palabras se deba a que fue criado por sus abuelos y su tía en Chattanooga (Tennessee), una localidad marcada por la segregación racial. Su madre, Elizabeth, pasaba mucho tiempo fuera por trabajo y su padre, alcohólico, lo abandonó de pequeño. Dice que coincidieron en la misma habitación no más de dos veces.
El éxito le llegó tarde: tenía 46 años cuando Pulp fiction. ¿Cómo lo habría manejado en su juventud? Puede que no muy bien. Cuando solo podía soñar con ser un triunfador, ya tenía suficientes problemas en Nueva York con el alcohol y las drogas. Imagino que me habría quemado rápido en Hollywood. Pero las cosas llegan cuando tienen que llegar, no antes. Ser famoso de joven hoy sería una locura. Manejo mis redes sociales yo mismo y, todavía tengo que pensar antes de darle al botón de enviar. Imagina las locuras que cometería hoy siendo joven. Serían unos escándalos enormes. La fama lo jode todo en ese aspecto.
Han pasado 30 minutos y su publicista entra para advertir de que será la última pregunta, así que aprovechamos para saber si ha visto el vídeo recopilatorio de todos sus motherfuckers, versión especialmente soez de hijo de puta, la palabra con la que más se le asocia en versión original, hasta el punto que el director de Serpientes en el avión, en 2007, tuvo que improvisar una escena a pocas semanas del estreno en la que su personaje exclamaba la dichosa palabra. “¡Lo tengo guardado en mi móvil!”, responde. “Y no aparecen todos, ¿eh?”.
¿Se siente reflejado cuando ve todos esos cabreos? No todos son enfados. Varios son entre colegas, o con tono de sorpresa, odio, cabreo… Es motherfucker usado en todos los sentidos imaginables de la palabra. Cuando murió Sir Laurence Olivier, yo estaba en mi piso, viendo que en la televisión hablaban de sus personajes y pasaron una galería de todas sus caracterizaciones. Ahí pensé: “¡Eso es lo que yo quiero hacer!”: ponerme pelucas, disfrazarme, transformarme… Y este montaje supone casi lo mismo aplicado a todas películas que he hecho. Cuando veo que la gente recita mis diálogos, la verdad, me siento orgulloso de ello.
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