En otoño las viñas del Penedès lucen un ocre tostado. La quietud se adueña de los campos, mientras dentro de las bodegas hay trajín para despachar los pedidos rezagados de la campaña de Navidad. Es el último arreón de una temporada que se cerrará con saldo positivo. Tras el batacazo pandémico de 2020, una caída del negocio de casi el 30%, los bodegueros de la Denominación de Origen (DO) Penedès respiran porque este año se ha vuelto a la senda del 2019. El acelerón de la restauración y la recuperación de las exportaciones catapultan las ventas hasta los 18 millones de botellas. Un espaldarazo económico que llega en un momento clave para los productores, immersos en pleno proceso de reestructuración para convertir al Penedès en la primera DO vitivinícola española 100% ecológica. El calendario atosiga, porque el objetivo está fijado para 2025. Pero no hay vacilación posible. “Tenemos que tratar mejor a la naturaleza y contribuir a mitigar el cambio climático”, manifiesta Joan Huguet, presidente del consejo regulador.
Familia Torres es una de las empresas históricas del Penedès. Acumula un legado de 150 años elaborando vino y brandy, y al frente del negocio se han sucedido cinco generaciones. La preocupación por trabajar los viñedos velando por la huella ambiental la expresa desde hace tiempo Miguel A. Torres. “Si no bajamos drásticamente las emisiones, será imposible evitar que las temperaturas se recalienten por encima de los dos grados a finales de este siglo”, avisa. Sería una maldición para la viticultura: trastoca el rendimiento, altera el ciclo de maduración y obliga a buscar fincas en latitudes más altas para evitar el impacto de la calorina.
El presidente de Torres otea desde su oficina de Pacs del Penedès las exclusivas parcelas donde crece la cabernet sauvignon que dará vida al vino tinto de la gama más alta de la casa, el Mas la Plana. La postal parece perdurable, pero el dueño alerta sobre el efecto amenazante que supone para el medio natural el impacto de los gases contaminantes: “El problema es gravísimo, nos exponemos a unas consecuencias terribles y, pese a ello, hay un desconocimiento brutal”.
Según un informe del Ministerio para la Transición Ecológica, la agricultura fue fuente el año pasado del 14,1% de las emisiones de gases de efecto invernadero en España. Los registros medidos mostraron un aumento del 1,2% de estas emisiones, en comparación con 2019. El transporte y la industria causan un 27,7% y un 21,4% de los gases, respectivamente. Miguel A. Torres (la vocal del nombre compuesto le sirve para diferenciarse de su hijo, Miguel Torres Maczassek) tiene 80 años recién cumplidos y conserva una actividad laboral intensa. Más que un compromiso con la sostenibilidad, se le intuye una obsesión con el conflicto medioambiental. “Para nosotros es una prioridad, porque queremos que en un futuro nuestros hijos y nietos puedan continuar en el negocio. Ojalá esta prioridad se haga posible en todos los niveles”.
Hombre de discurso conciliador, entiende que la situación actual de incertidumbre económica ha puesto a muchos negocios en aprietos, y que readaptar las prácticas de trabajo para minimizar el impacto ambiental supone un quebradero de cabeza añadido. Sin embargo, no comparte las quejas de una parte del sector, que pone el grito en el cielo cada vez que se proyecta un parque eólico cerca de una viña. “El cultivo de los viñedos es compatible con molinos de viento y placas fotovoltaicas”, opina.
El ejecutivo de marcas tan populares como Sangre de Toro, Viña Sol o Coronas es uno de los 22 directivos de International Wineries for Climate Action, una asociación internacional de bodegas comprometidas con la reducción de emisiones y que trabajan para mejorar la gestión de los suelos.
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El empresario revela que el documental de Al Gore, Una verdad incómoda, le causó un profundo impacto y que se decidió por promover un cambio de paradigma en la industria del vino. Familia Torres es miembro fundador de la Asociación de Viticultura Regenerativa, una iniciativa que persigue revolucionar la gestión de los viñedos en España para luchar contra el cambio climático y al mismo tiempo regenerar los suelos, frenar la erosión y fomentar la biodiversidad.
Detrás de esta asociación hay cinco bodegas y empresas familiares de diferentes territorios, comprometidas todas ellas con la sostenibilidad y la preservación del planeta: Torres, Clos Mogador, Can Feixes, Jean Leon y la consultora agrícola AgroAssessor. Su intención es sumar a su causa a otros viticultores, bodegueros, formadores, investigadores o empresas para expandir este modelo agrícola basado en restaurar el ciclo del carbono alterado por la actividad humana.
Miguel Torres Maczassek asume el peso de la saga familiar en la iniciativa. “Hay que dejar de lado ciertos miedos y aprendizajes culturales y animarse a emprender el camino hacia la viticultura regenerativa para convertir los viñedos en grandes sumideros de carbono, ya que este es el único modelo vitícola que tiene sentido en el contexto actual”, manifiesta. Junto con su hermana Mireia, asegura la continuidad del legado Torres.
La viticultura regenerativa es un modelo centrado en recuperar la vida en los suelos porque, cuanto más vivo está el terreno, más capacidad tiene de capturar el CO2 atmosférico y más contribuye a frenar el aumento de las temperaturas. A su vez, la acumulación de carbono orgánico en el suelo de los viñedos ayudará a mejorar la salud de los campos, incrementará su resiliencia a la erosión y su capacidad para hacer frente a la sequía, ya que retendrán mejor el agua, y favorecerá la biodiversidad.
El grupo Torres financia su apuesta al verde con el 11% de sus beneficios. “El año pasado la inversión se congeló, porque no tuvimos”, ilustra el presidente. El grupo cuenta con más de 1.300 hectáreas de viñedos propios y tiene presencia en más de 150 países. En 2019, antes del frenazo por el virus, la exportación suponía más del 60% del negocio. La facturación de entonces, 257 millones de euros, se contrajo el año pasado hasta los 212 millones. El grupo cuenta con una plantilla de 1.300 trabajadores.
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