Por Amaia Odriozola
Este 24 de noviembre los reyes llegaban al Palacio Real de Estocolmo, donde les esperaban Carlos Gustavo y Silvia de Suecia, dentro de su primer viaje de Estado al país escandinavo. Con capa decorada con pelo, guantes largos y vestido rojo (todo firmado por Carolina Herrera), en la foto de la bienvenida sobresale un detalle: la diadema-turbante en tono rojo (de la marca española Cherubina) que coronaba el atuendo de Letizia. El protocolo marcaba la etiqueta y especificaba, para ellas, cabeza cubierta por un sombrero o similar. ¿Por qué entonces llama tanto la atención el tocado de Letizia?
Lo cierto es que la propia Letizia no es especialmente devota de este accesorio, como señaló en Vanity Fair la sombrerera Reyes Hellín, asentada en Sevilla y única distribuidora oficial de Philip Treacy y Stephen Jones en España, las marcas preferidas de la corte británica. El “desinterés” de doña Letizia por los sombreros ("una espinita que tengo clavada") se debe a que no tiene costumbre: "Podría lucirlos maravillosamente. Pero no se deja. En Inglaterra no entienden por qué no usa más sombrero con lo guapa que estaría".
A Letizia le pasa como a muchas españolas. De herencia inglesa, en nuestro país el tocado no tiene tanto arraigo cultural (y eso que tenemos el puesto número 10 en exportaciones de calzado y sombreros en el mundo). Quizá de ahí su impacto visual: no tenemos la cultura del tocado ni los referentes de los británicos en torno a esta pieza. Pensemos que su reina ha llevado más de 5.000 sombreros en los últimos 50 años y que figuras como Philip Treacy -galardonado con la Orden del Imperio Británico- diseñan piezas joya que pueden alcanzar cinco cifras. Pero algo parece estar cambiando en nuestro país y es cada vez más evidente que la moda de los arreglos para la cabeza ha inspirado la aparición en nuestro país de una oleada de pequeñas marcas de sombrerería, artesanales y con confección bajo encargo. Lo anticipaba hace un tiempo Modaes, el portal de noticias económicas del negocio de la moda: “En los últimos años se ha producido en España un boom de los tocados y se ha desarrollado un mercado fragmentado con una oferta variada, que se enfrenta a retos como la estacionalidad de las ventas, el precio o la competencia de grandes compañías. El boom de los tocados llegó a España en los últimos años tras un proceso de internacionalización inspirado principalmente en Inglaterra y la moda de la realeza. Inicialmente la región pionera en esta moda fue Andalucía, y luego se expandió al resto del país con pinceladas de estilo propias de cada provincia”.
Cherubina es un buen ejemplo de este fenómeno. Saltó a la fama cuando la reina Letizia llevó una de sus diademas con velo en la celebración de la prestigiosa Orden de la Jarretera en Windsor en 2019 y es ya una de las firmas a las que recurre cuando necesita llevar tocado. Esta firma sevillana, liderada por las hermanas Ana y Lucía García, ya llevaba tiempo forjándose un nombre en las redes sociales (Instagram es el escaparate perfecto para marcas emergentes) pero, como contaron en Vanity Fair, "Cherubina ha llegado a más mujeres gracias a Letizia, pero también ha aumentado el nivel de exigencia".
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También la firma Pablo y Mayaya, María Nieto o Mabel Sanz se han convertido en enseñas relevantes gracias a la repercusión que les aporta doña Letizia en sus compromisos en el extranjero. Entre las firmas españolas al alza se encuentra también Mimoki, de tocados hechos bajo encargo, creada por Ana María Chico de Guzmán, y que ha tocado a invitadas famosas como Amaia Salamanca, Elena Cué o Carla Goyanes en la boda de Carlos Cortina y Carla Vega-Penichet, o Carolina Adriana Herrera, Andrea Pascual o Eugenia Martínez de Irujo. Verbena Madrid vende diademas de costura y a medida que se pueden comprar o alquilar online o en su showroom de Madrid bajo cita previa, y Rita von es otro referente madrileño en creación artesanal de diademas florales y pamelas.
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El tocado es un elemento tan inglés como el ritual del té, el Big Ben o la famosa flema británica. Es una cuestión de protocolo (algo también muy inglés): las mujeres siempre deben llevar sombreros en los eventos formales. De ahí la enorme cantidad de tocados, casquetes, arreglos y sombreros que la propia Isabel II ha lucido a lo largo del tiempo, no siempre con la misma repercusión.
Con forma de casco y bordado con perlas, el sombrero inspirado en los Tudor de la reina para la investidura del Príncipe de Gales en 1969 fue diseñado por Hartnell y la sombrerera Simone Mirman. Tuvo un gran impacto en el momento. “Hartnell estaba muy interesado en adaptar la vestimenta histórica a los tiempos modernos, particularmente para la familia real”, dijo Michael Pick, autor de la biografía de Hartntell, en The Guardian. “Los vestidos que llevaban todos eran bastante cortos para la época y tenía que tener algo que se equilibrara con el atuendo. Quería algo que reflejara la historia del castillo de Caernarfon (donde se celebró el acto), así que de ahí proviene el motivo Tudor".
En junio de 1977, Isabel II celebraba su Jubileo de Plata. El sombrerero real Frederick Fox diseñó para ella un casquete del que prendían 25 flores de campana rosadas con tallos de seda verde que simbolizaban sus 25 años de reinado. Fue, quizá, el proto-meme original, mucho antes de que existiera Twitter: en un artículo de The Guardian el parlamentario laborista Neil Kinnock describió a la reina como “una dama con un sombrero rosa que parece una centralita desconectada” y en el Washington Post, Sally Quinn describió el color del conjunto de la reina como "chillón y poco elegante". Otro de sus sombreros más comentados fue el que escogió para la apertura del parlamento británico en junio de 2017, en medio de la tormenta del Brexit: un diseño azul con unas flores amarillas que recordaban a la bandera de la Unión Europea. ¿Un mensaje? Aparentemente no: "A Stella (McLaren, la creadora de la pieza) y a mí nunca se nos ocurrió que la gente pudiera pensar que estábamos copiando la bandera de la Unión Europea", escribió después la vestidora de la Reina, Angela Kelly, en sus memorias, The Other Side of the Coin. “Fue una coincidencia pero, vaya, llamó mucho la atención y ciertamente nos hizo sonreír”.
En la familia real inglesa hay más ejemplos de sombreros que causaron sensación. Probablemente el más famoso de los últimos años fue el óvalo beige decorado con un gran lazo, creación de Philip Treacy, que se posó sobre la cabeza de la princesa Beatriz de York en la boda del príncipe Guillermo y Kate Middleton en 2011. Desató la locura en internet: se le llamó de todo, desde un asiento de inodoro hasta el mítico rulo de pavo Turkey Twizzler británico, e incluso un grupo de Facebook dedicado a ridiculizar al sombrero acumuló decenas de miles de “me gusta” en cuestión de días. “Hubo un momento en el que pensé que me encontraría con la cabeza en una pica fuera de la Torre de Londres”, dijo Treacy sobre aquella reacción en BBC Radio 4. “Pero era un sombrero muy moderno y la modernidad siempre es algo inusual”.
Muy comentado fue, también, el gorro con pompón de Eugenia Kim que Kate Middleton llevó en su tour por Escandinavia en 2018: tanto que Kensington aclaró después que el pelo era sintético.
Meghan Markle, por su parte, fue foco de comentarios durante su etapa como miembro senior de la familia real. Durante su gira de 2018, Meghan y el príncipe Harry fueron recibidos en Fiji con una ceremonia tradicional conocida como Veiqaravi Vakavanua. “A nadie se le permite llevar nada en la cabeza o tener algo por encima de la cabeza, como un paraguas”, había tuiteado la periodista Rebecca English antes de la ceremonia. La duquesa de Sussex asistió con un sombrero de Stephen Jones, lo que desató una tormenta de desaprobación en internet.
No fue la única vez. La duquesa de Sussex llevó un sombrero de paja tipo Panamá en Wimbledon en 2019 para ver un partido de su amiga, la tenista Serena Williams. Así vestida no podía acceder al palco real porque no se admiten los vaqueros (que llevaba aquel día) y además el código de vestimenta marca que los espectadores de tenis no lleven sombrero por respeto a las personas sentadas detrás.
Más allá de la realeza, hay un sombrero que desató una gran polémica y casi un conflicto diplomático: el casco salacot, popularizado por los colonizadores británicos, que en 2018 la entonces primera dama estadounidense Melania Trump llevó durante un safari en Nairobi (Kenia). Un gesto que se percibió como una imagen de racismo.
Tan comentados como los sombreros ha sido su ausencia. A Diana de Gales se le conocía por deshacerse del protocolo cuando no le veía sentido y aunque se supone que las miembros de la realeza deben usar sombreros y guantes en las ocasiones formales, ella solía prescindir de ellos, porque le hacían más accesible, como en una ocasión razonó: "No se puede abrazar a un niño con un sombrero".
Pero si hay un sombrero icónico en la historia es, probablemente, el pill-box rosa que llevaba Jackie Kennedy el fatídico 22 de noviembre de 1963, el día del asesinato de su marido, el presidente estadounidense JFK. Aquel era un diseño de Chanel de la temporada otoño-invierno de 1961-1962, confeccionado especialmente para ella en el taller neoyorquino Chez Ninon, una fórmula perfecta entre estilo parisino y handmade americano. Según publicó William Manchester en Muerte de un presidente (1967) el propio JFK pidió a su mujer que estuviera espléndida aquel día en Dallas: "Estarán todas esas republicanas ricas, con sus pulseras de diamantes y sus abrigos de visón. Tú tienes que parecer tan maravillosa como ellas, pero sencilla. Enséñales lo que es el verdadero estilo", dijo. Aquel pill-box coronaba su imagen. Si bien el traje de Jackie se mantiene, sin limpiar, como un recuerdo de la tragedia (concretamente bajo custodia de los Archivos Nacionales de Estados Unidos en una habitación especial, protegido de la luz, con un 40% de humedad y con aire renovado cada seis horas, en un lugar secreto en Maryland), el sombrero desapareció: debió de perderse en algún lugar entre el hospital Parkland de Dallas, donde el matrimonio presidencial fue atendido (y donde se certificó la muerte del presidente), y la Casa Blanca.
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