Miguel Vidal es un vigués de 33 años que ha dedicado los últimos cuatro años de su vida a ser manny: niñero en Estados Unidos. Todo empezó como una búsqueda de trabajo en el extranjero y ha acabado siendo la mayor aventura de su vida, que ha servido incluso para escribir un libro.
En su primera novela, cuenta cómo decidió irse a Nueva York, ciudad de la que es originario su padre, y cómo allí comenzó lo que sería la etapa más complicada de su carrera laboral. De dormir en la calle a trabajar para multimillonarios en San Francisco, Miguel relata su original historia sin perder la sonrisa y «sin arrepentirse de ninguna decisión tomada».
Con algunos meses de perspectiva y ya en su Galicia natal, este joven habla de una historia de aprendizaje, empatía y resiliencia en su libro El nanny manny.
Aunque es «de Vigo de toda la vida», Miguel estudió INEF en A Coruña y ya no volvió a su ciudad natal más que para ver a su familia. «Mi vida siempre ha estado vinculada al deporte, pero cuando acabé no me veía ligado laboralmente a ello y decidí buscar otras salidas profesionales«, explica al hablar de cómo estudió restauración para trabajar como camarero en Canarias y en Barcelona.
Fue en esta última ciudad donde comenzó a trabajar para una gran multinacional de venta de ropa y equipamiento deportivos y se dio cuenta de que tampoco el trabajo corporativo iba con él. «Trabajar entre cuatro paredes no era lo mío, siempre quise dedicarme a los niños y decidí darle una oportunidad». Esto, junto a sus ganas de buscarse la vida en el extranjero, fueron lo que lo acabaron llevando a Inglaterra para trabajar como aupair.
En Londres estuvo un tiempo, «y estaba muy contento, el trabajo era muy satisfactorio y justo lo que yo buscaba«. El problema, en este caso, era la remuneración. «No está recompensado, trabajas muchas horas con un sueldo escaso y no quería estar así para siempre».
Así surge otra necesidad: cumplir el sueño americano. «Sabía que en Estados Unidos las nannys estaban bien pagadas y siempre quise vivir un tiempo en Nueva York y conocer el pasado de mi familia». Fue el origen de su padre, que se crio en Manhattan, lo que acabó empujando a Miguel a vivir en La Gran Manzana.
«Nunca olvidaré el 20 de septiembre de 2016: ese viaje me cambió la vida«. Con una maleta y muchas ganas de trabajar, Manuel cogió un vuelo Madrid-Nueva York con la promesa de hacerse cargo de dos mellizos nada más aterrizar. La madre de los niños, una italiana que los criaba sola, le pagaba a cambio con la posibilidad de dormir en su sofá.
Así, sin un lugar propio en el que dormir y sin ingresos comenzó su aventura. Las entrevistas de trabajo no tardaron en llegar, pero ninguna iba bien y Miguel se vio después de unos meses en la calle.
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— Ram dharel Sun Aug 30 17:14:31 +0000 2020
Cerca de Madison Square Garden, en la calle 42, Miguel encontró un pequeño rincón en el que pasar las noches mientras no tenía apartamento, «porque los pocos ahorros que me quedaban no me daban para pagar una pensión«. El destino fue el que quiso que recuperase el control de su vida al hacerlo tropezar con una española que había volado con él desde Madrid unos meses antes.
«Decidí acercarme a ella y llevarla a tomar unos helados, y al final me invitó a dormir unos días en su apartamento mientras no encontraba otro sitio en el que vivir«. En ese momento, el joven recapacitó y decidió que era el momento de pedir ayuda.
Dormir en la calle, dice Miguel, «es una experiencia que no cambiaría por nada porque me transformó«. Sin embargo, tras meses de búsqueda de empleo y habiendo tocado fondo, claudicó y buscó ayuda en los amigos y familiares de su padre «a los que ni yo conocía ni él veía desde los años sesenta».
Comenzó a vivir en un apartamento «prestado» por uno de esos familiares y pidió trabajo en un restaurante en el que todavía recordaban a su abuelo. «Trabajaba allí a principios del siglo pasado y los dueños lo recordaban con cariño, tuve mucha suerte y estuve trabajando para ellos algunos meses«.
Miguel reconoce que, a pesar de haber vivido el momento más oscuro de su vida, puede decir que ha conseguido lo que tiene por sí mismo: «es de las cosas que menos me arrepiento de mi viaje, el no haber pedido ayuda antes me hizo ver cosas que no habría conocido de otro modo».
La vida, al final, acabó dándole la razón y después de cientos de entrevistas en los rascacielos más exclusivos de la Gran Manzana, tuvo dos ofertas de empleo «de lujo». «Conseguí trabajo con una familia multimillonaria en San Francisco y me fui para allí, por fin sería manny«.
Vivir en la calle, aunque solo fuesen siete días, es lo que más ha cambiado a Miguel Vidal, «porque no dejé que la vida de lujo que viví después me eclipsase«. Su llegada a California lo envolvió en un mundo lleno de millonarios, personas con vidas muy alejadas de la suya y su familia y con un ritmo que no conocía.
Su nuevo trabajo comienza conociendo a un padre separado y a su hijo, del que ha conseguido la custodia «después de una dura y larga batalla legal». Cuenta que se trataba de una familia desestructurada y que se dio cuenta de que ellos eran los multimillonarios en dólares, «pero yo era el multimillonario en todo lo demás«.
«En mi familia siempre hubo una red de cariño y ellos supieron valorar que yo trasladase a su casa ese clima de afecto que había vivido en mi infancia«. Apoyado por un equipo de psicólogos, Miguel fue «criando» a un niño de doce años y «reeducando» a su padre en el amor, la convivencia y la empatía necesarias en una familia.
Durante cuatro años, el joven vigués «dio todo lo que tenía» para convertirse en parte de la familia y enriquecer las vidas de aquel padre y su hijo. «Hasta que llegó el día en el que me sentí como Mary Poppins: supe que mi trabajo allí había terminado porque aportaba más al niño si abría mi paraguas y echaba a volar».
Los siguientes seis meses, a modo de despedida, fue dejando poco a poco aquella casa, aquella vida y aquella familia que había ganado, para volver a su vida gallega.
En verano aterrizó de nuevo en Vigo y decidió comenzar a trabajar en un establecimiento hotelero de Pontedeume «para que la transición fuese más fácil no quise parar de golpe». Ahora, a escasas semanas de que acabe la temporada, tiene ganas de recuperar el tiempo libre y disfrutarlo con su familia y sus amigos, «quiero recuperar mi vida de antes».
Por el momento, dice Miguel, no se plantea buscar trabajo cuando acabe su contrato en Pontedeume, sino que quiere descansar «después de cuatro años en un empleo que te exprime al máximo«. Cuando se pueda, eso sí, «cogeré una mochila y me iré todo un año a recorrer el mundo, a conocer otros lugares y a seguir explorando».
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