Punto a punto, el Real Zaragoza está a punto de explotar. El equipo maño lo tenía todo de cara para romper su racha de empates pero en la última jugada, el Mirandés igualó de forma merecida y los maños lograron un récord muy triste. La Romareda estalló contra todos. Ya no aguanta más y con razón.

El conjunto aragonés está en descenso y la situación es insoportable después de nueve largas temporadas en Segunda división. Ni siquiera la figura de JIM, intocable hasta hace nada por el milagro que obró en el curso pasado, está a salvo. El técnico solo ha logrado un triunfo en 13 jornadas y las buenas sensaciones del comienzo se han evaporado. Además, algunas de sus decisiones con los onces y cambios, cuestan entenderlas. Si no gana alguno de los dos compromisos de esta semana, su destitución estará muy cerca.

Contra el Mirandés, los blanquillos se adelantaron en el primer minuto, pero después, especialmente en la segunda mitad, recibieron un baño de los visitantes. Ni un tiro a puerta más de los locales y se vio a un equipo sin fuerza ni fe para resistir. Señales alarmantes. Arriba no hay gol, el centro del campo no carbura y la defensa siempre comete algún error imperdonable. Demasiados problemas para un conjunto que no parece hecho para estar en la 'pomada' de Torrecilla. Un director deportivo que tampoco tiene el puesto asegurado después de la plantilla que ha confeccionado.

En la pomada... por no descender

Ahora bien, la afición sigue centrada en poner su crítica en los directivos por su forma de llevar al club en todos estos años. Su buena dirección a nivel económico, contrasta con las nefastas decisiones deportivas que han llevado al equipo maño a pelear más tiempo por no bajar que por subir. La no venta del pasado verano y la manera de gestionar la situación han minado aún más la relación con su público. El zaragocismo exige cambios inmediatos y a todos los niveles para reconducir un camino que ahora mismo está llevando al Real Zaragoza al pozo y a una más que posible desaparición. No es una exageración, es una realidad que los aficinados llevan mucho tiempo viendo con impotencia.