Hola, ¿cómo estamos?
Una de las cosas que más me gusta de nuestra relación es que me dejás contarte lo que quiero. Este vínculo no tiene chamuyo ni celo ni algoritmo. Puede que la coyuntura a veces condicione la epístola. Otras veces puede que sea una idea o un personaje que se me metió en el insomnio y necesite contártelo.
Somos herederos de una disputa ideológica en el fútbol: menottismo contra bilardismo. Apasionante. Diarios, libros, conferencias, sectas y afiliados. Lejos de pensarlo como una boludez, creo que hubo un nivel de discusión sobre el juego que pocos países en el mundo pueden exhibir en sus vitrinas.
A Simeone esa discusión le apasiona. En el inicio de una nueva temporada, tras obtener la última Liga española, estoy para que charlemos un rato sobre él.
Lo atrapó del hombro y le propuso sentarse: “Te cuento cómo es la película”. João Félix expandía terror en la mirada. El portugués nació en 1999. Para ese año, el entrenador ya criaba a sus dos hijos mayores. Diego Simeone acumula cinco descendientes. Aclara que, cuando dirige, se olvida de que es papá. Al chico que tiene adelante el Atlético Madrid lo pagó 120 millones de euros. En cada partido, la prensa o el plantel o los dirigentes o el público se preguntan por qué no es titular. Es 2020 y todavía no fueron campeones de La Liga. Veinte días hace que arribó y de la intensidad rojiblanca ya se quiere escapar: “A veces me acuesto y, me digo, caray, estaba tan bien allí”. Allí era Benfica. Volver al pasado no existe. Ahora está frente a las cadenas vocales de un mito que lo cachetea con una narrativa tan argentina: “Si te pongo y te lesionás, la culpa es mía. Si te pongo y te saco faltando diez minutos y ganamos, la culpa es mía. Si no te pongo, la culpa es mía. Me van a criticar todo lo que haga con vos. Pero alejate de eso. Yo te necesito cerca mío”. La tesis de las distancias quizás sea el secreto de los ojos del Cholo. Esta semana, catorce meses después, en la Champions League, lo puso de titular.
Hay un brindis. El 6 de enero de 2021 cayeron contra el Cornellá, de la tercera división, por la Copa del Rey. Es la décima temporada del Cholo y la cháchara sobre si es la última posee más suspenso que La Casa de Papel. El Aleti aprieta los dientes contra un Barcelona despedazado y un Real Madrid que se despide de Zinedine Zidane. Resurgen del barro. Salen campeones. Están festejando. Hay bromas. Un futbolista rompe la intimidad y le pregunta:
–¿Por qué no es siempre así de simpático?–Porque después tengo que volver a ser el jefe.
Era 2011. Se había ido a pasar un fin de semana con uno de sus hijos a la costa argentina. Estaba abandonando su segunda etapa como entrenador de Racing. Le sonó el teléfono. Hacía años, había asumido que el día en que desde ese teléfono lo llamaran sería porque estaban desesperados. “Te necesitamos”, le ladró Miguel Gil. Pidió pensarlo. Ya lo sabía. Se metió en un bar. Apoyó sus retinas en su niño, en un café y en unas medialunas. Abrió su alma para decirle qué le estaba pasando. Giuliano zambulló la factura en la infusión y le respondió: “Es que si te vas, no volvés más”. Les niñes no mienten.
Todos tenemos una sensación que nos define qué es la pasión. Humedad en las manos. Latidos en el pecho. Orgasmos. El de Simeone es raro: “El mejor estado es cuando se tiene miedo. Te hace mejor. Te hace rebelde. Te obliga a alcanzar el nivel. Estar callado es tóxico. Estar relajado es tóxico. Creer que sos mejor es tóxico”. Parafraseando a Eduardo Galeano, ahí está su utopía. Cuando aterrizó, su objetivo era que el equipo zafara del descenso. Se estabilizó. Obtuvieron la Liga de 2013/2014. Al día siguiente, mutó el relato: “Ahora, tenemos que intentar no pasar 18 años sin ganar nuevamente”. La fiesta anterior había sido en 1996. El Cholo era uno de los referentes de aquel plantel.
César Ferrando había arribado desde Albacete. Vivía su primera experiencia conduciendo a un equipo grande. El Cholo cargaba 34 años. Su segunda etapa como futbolista del club. Había migrado de Argentina a los veinte. Un empresario lo apretó con una oferta del Pisa. No había celulares y no pudo pegarles un tubazo a sus viejos. Cerró los ojos, recordó las fotos que coleccionaba del fútbol italiano y armó una valija con ropa de verano porque no advirtió que no era la misma estación en Europa. Esta semana, se cumplieron 34 años del día en que debutó en Vélez. Se merecía una buena chance en su tierra. Toda la vida fue de Racing y ansiaba vestir esa pilcha. Esa constituyó una de las razones para partir. La otra, la sensación de que estorbaba al entrenador. A veces, hay que dejar volar.
Su juego comenzó en la imaginación. Estaba en Lazio. Sven-Goran Eriksson conducía a un grupo que conquistó la Serie A, la Copa Italia y la Supercopa italiana. Simeone se sentaba en la mesa de su casa. Jugaba como un niño con figuritas. Le hablaba a un plantel de fantasía. Organizaba las prácticas. Daba indicaciones. Había cumplido tres décadas. Era consciente de la magia de su personalidad. Ya quería dirigir.
Si lo suyo perfilaba como un culto a saber respirar bajo el agua, su primer partido como entrenador representa un símbolo. Unos días antes, sudaba como futbolista de Racing. El entrenador era Teté Quiroz. Renunció. Era la tercera vez que le proponían ser técnico. Sintió que esta vez iba en serio. Asumió. El domingo le tocaba contra Independiente. Hizo un gran primer tiempo. En el segundo ocurrió aquello contra lo que todavía pelea: un crack, Sergio Agüero, le desarmó una estructura colectiva sólida. Fue 2-0. El encuentro no terminó. Hubo violencia en las tribunas. Dos puestos de pancho tirados a una fosa. Piedrazos. El Cholo abrazaba a los suyos. Les pedía que se cuidaran. Tres derrotas seguidas. Barajar y dar de nuevo. Hasta que ganó y el equipo despegó del promedio del descenso.
Menciona aquellos días inaugurales para alejarse del mote de defensivo. Habla del caso de Estudiantes de La Plata. Con Pavone, Calderón, Verón, Galván y José Sosa en el mismo once. Repite su ataque furioso en River. Con Abreu, Alexis Sánchez, Falcao y Buonanotte. Puede que se coma algún latiguillo español. Su garganta es argento parlante. Sin disimulos. Don Victorio Spinetto, mente maestra de las inferiores de Vélez, le gritó Cholo en una práctica. Así quedó. Hubo un lateral derecho notorio en Boca, Carmelo Simeone. Heredó su apodo. Ni sabe por qué a los Cholos les llaman Cholos. Sus hijos le dicen Viejo. Él a los suyos los llama por el apellido: Simeone y González, respectivamente.
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— Selvyn Kennedy Mon Apr 15 16:05:31 +0000 2019
Ser denominado defensivo lo incomoda. Es del fútbol, de Buenos Aires y de Madrid por lo que acepta que la libre expresión sobre la pelota es terreno constitucional. Sus principios no son necesariamente los de protegerse. Cree en las estructuras colectivas sobre las individuales. Prefiere un 0-0 que un 5-5 repleto de errores. Si le consultan qué es un buen jugador, responde: “El que mejora a los demás”. Lo une a Pep Guardiola la idea de que no existe ataque y defensa sino el deporte asumido como un todo. Suele usar al técnico catalán para justificar una parte de su pensamiento. En un encuentro, se sacó la duda sobre la decisión de ubicar a Lionel Messi como centrodelantero en Barcelona. “Es que si no, en los partidos importantes, siempre van por el lado de nuestro extremo derecho porque saben que Leo no marca”, asegura que le dijo. Atrápame si puedes.
Hay dos Atléticos de Madrid. El primero es el campeón de 2014. En el Camp Nou. Contra el Barcelona del Tata Martino. Abarca la Europa League de 2012. Cita a aquel plantel como hecho de ídolos: Juanfran, Godín, Gabi, Koke, Falcao. Un equipo que nunca descomponía su 4-4-2. La época lo expuso a despotricar contra la escuela cruyffista y catalana: “La posesión de la pelota no me interesa para nada”. Pedía a los gritos el centro con la etiqueta de amarrete. Se hacía fuerte con los suyos. Aterrizó a dos finales de la Champions League. Ninguno de esos le parece el mayor hito.
El 17 de mayo de 2013 le explotó el corazón. La Copa del Rey no tenía dónde disputarse. Ellos ofrecieron el viejo Vicente Calderón -ahora, son locales en el Wanda Metropolitano del mayor grupo de bienes raíces de China-. Se supone que faltaban localidades. Los mandaron a jugar la final contra el Real Madrid en el Santiago Bernabeu. Les chamuyaron que habría equidad de tickets. Mentira. Eran visitantes. Esas cosas le gustan. A los 13 minutos, Cristiano Ronaldo abrió el marcador para los merengues. Demasiado temprano para un equipo edificado para contragolpear. Muerto ni en la tumba. Diego Costa lo igualó a los 34. Y, en el minuto 98, ya en suplementario, ya en el post infarto, João Miranda selló la historia. “Fue una manera de cambiar la historia de los clubes”, admite. Para quienes piensan que con ganar alcanza, no lo siente así. Nada más que su percepción es diferente. “Decirme defensivo es colgarme un cartel sin profundizar”, le planteó a Cristian Grosso, el mejor entrevistador del periodismo argentino.
“Títulos pueden y quieren ganar todos, pero no es lo más importante”, piensa. Lo que le late es el proyecto. Que sus jugadores funcionen en un esquema determinado. Que se potencien aquellos a los que eligió. Por estos días, repite ese mensaje a todos. Porque regresó Antoine Griezmann de su breve paso por el Barcelona. Los hinchas que fueron al encuentro de la Champions League frente al Porto lo chiflaron. Con el francés, lo une una amistad. Las dos hijas más pequeñas del Cholo son amigas de las del delantero. Comparten el colegio. Simeone pretendía su regreso. Y va a poner el pecho por él.
Cambiar el estadio, dos ligas, las dos finales de Champions y las dos Europa League. En once temporadas, modificó hasta el presupuesto del club. Al Real Madrid lo llamaba el equipo del talonario. Usaba la misma expresión para las fortunas del Barcelona. Hasta que en las últimas dos temporadas juntó una plantilla valuada en 755 millones de euros según Transfermarkt. El sitio alemán destacó esta semana que se trata del entrenador que más dinero logró percibir en ventas para sus equipos: 1180 millones de euros. Sus dos exportaciones top fueron Griezmann a Barcelona por 120 y el lateral Lucas Hernández por 80 palos al Bayern Munich. “De a poco, es verdad que nos volvemos un equipo de talonario, pero no fuimos a buscar a Hazard, que tenía 30 años, sino que pusimos 120 por João Félix, que es un chico de 20”, se excusa como con vergüenza por el sillón de rico.
El segundo Atlético es de la temporada pasada. “Con Luis, entramos en la 'zona Suárez'. Está acostumbrado a estos partidos y tiene jerarquía para poder hacerlo", letal confianza en el uruguayo que arribó escupiendo espuma por cómo lo echaron del Barcelona. La amplitud de talento en el ataque lo llevó a poner el foco en el campo rival. Buscar espacios, sostener ataques, abrir la cancha, cansarse de ir hasta el final. Hay cierto sector de entrenadores que definen el practicismo a adaptarse a los recursos que se tienen por encima de la ideología que se profesa. El Cholo está en ese lugar. El tremendo plantel le exige ese horizonte.
Su última gran incorporación es Rodrigo de Paul. Lo conoció porque siempre mira los partidos de Racing. Lo concebía como un extremo izquierdo. No le servía. Casi nunca usa wines. Al campeón de América el fútbol italiano le cambió la chapa. Empezó a funcionar como interno. Eso le encantó. Esa típica velocidad que distinguen los que se desempeñan por los costados le encajaba perfecto para tener buenas transiciones defensivas y ofensivas por el centro de la cancha. Para adecuarse hace falta inteligencia. Quizás, halló una pieza que le encaja.
Si este pedacito de perfil del Cholo no detalla otra cosa que no sea fútbol es porque es casi imposible hallar esa rendija en él. Si cita una película, la lleva a la pelota. Si menciona un libro es porque algo tiene que ver con el juego. Si le envía por WhatsApp una nota a un amigo, es sobre deporte. Apenas descansa un rato para charlar sobre sus hijas. El 5 de julio de 1995 se perdió el nacimiento de su primogénito Giovanni. Le dolió tanto que ahora persuade a sus futbolistas a que no falten a los partos.
Simeone encadena once calendarios en un banco de suplentes que podría ser una silla eléctrica. El problema es que él tiene más voltios. Tras un parate, ingresó al predio. Reunió a cada uno de los empleados. A todos les exigió: “A partir de ahora, acá se saluda diciendo vamos a salir campeones”.
Estaba claro que sabía el final de la película.
Esto fue todo.
Que nos des una mano por nuestro laburo puede ayudarnos mucho.
Abrazo grande,
Zequi
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