Nerea, Diana, Cinthia, Érica, María Teresa, Carla, Romina y Natalin son solo ocho de “Los Fénix de Mandinga”. Producto de un accidente doméstico o por haber sido víctimas de violencia de género, todas tenían marcas de quemaduras.
El fuego no solo les dejó profundas cicatrices en la piel, sino que transformó sus vidas por completo. Les produjo mucho sufrimiento, tristeza, en algunos casos depresión y muchísima inseguridad. Algunas hasta deseaban morirse.
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Cuando creían que no había manera de recuperar esa vida que habían perdido, se animaron a cambiar. El encuentro con Diego Starópoli, de Mandinga Tattoo las ayudó a resurgir de las cenizas.
En diálogo con TN, cuentan cómo dejaron que la tinta transformara las quemaduras en arte.
Nerea Zuk tenía seis años cuando su cuerpo se prendió fuego por completo. Estaba jugando con unas amigas del barrio y le explotó un frasco de perfume. “Era 14 de febrero, recuerdo que teníamos la pelopincho armada. En el momento vi todo negro. No me daba cuenta que me estaba quemando”, contó Nerea a TN.
Como pudo, fue corriendo a la casa, esperando que la mamá no la retara, porque estaba convencida de que era una travesura: “No tomé dimensión de lo que me estaba pasando, en lo menos que pensaba era que me estaba muriendo. Tuve quemadura profunda de tercer grado, estuve tres meses internada en el Hospital del Quemado. La mitad mi cuerpo estaba quemado y reconstruyeron mi piel con injertos”.
Diana Cuccarese tiene 58 años y una madrugada de 2012 se quemó producto del fuego originado por un cortocircuito de una estufa en su casa: “Me quemé un 30 por ciento del cuerpo. De ahí en más, cambió todo, no solo en el cuerpo con las marcas sino el sufrimiento y la pérdida de lo que hasta ese dia era mi normalidad”.
Según cuenta, ella sentía que estaba en un buen momento. Estaba enamorada, en pareja hacía muy poco tiempo, viendo crecer a sus cuatro hijos, con su casa, su trabajo y de la noche a la mañana era otra persona: “Yo no era lo que quería ser, no lo aceptaba. Además, se desarmó la familia, el hogar, por mucho tiempo hasta que pude volver a mi casa”.
Algo parecido sintió Cinthia Aguirre que hoy tiene 41 años cuando a los 33 se prendió fuego la cocina de su casa: “Estaba durmiendo la siesta y cuando me desperté estaba todo en llamas. Al intentar salir me quemé el 30% del cuerpo. Lo que más me afectó fue el cuello, la espalda, las mamas”.
Ella recuerda que quien la ayudó a apagarse fue su marido que la llevó a un centro de salud: “No recuerdo nada más, estuve 10 dias en terapia intensiva y tres meses internada”.
Fue un tiempo largo de recuperación porque eran quemaduras muy graves: “Pasé por muchas cirugías, mucho dolor. Mientras estaba internada no me daba cuenta de lo que me esperaba una vez que saliera del hospital. Pensé que iba a ser todo igual a como era antes, pero nada fue igual”.
“No pude trabajar. Sufrí una depresión muy grande y me echaron. Yo evitaba salir, no quería ir a ningún lado, ni juntadas, ni cumpleaños ni nada. Tenía metas y muchos sueños que con los tatuajes recuperé porque empecé a tener más seguridad”, recuerda.
Érika Altamiranda también se quemó en un accidente doméstico, de esos que a veces pensamos que no van a ocurrir, y suceden: “Fue en 2018, había salido de bañarme, me puse mucho perfume y desodorante y fui para la cocina. Prendí una hornalla y un repasador se quemó. Lo sacudí y la llama vino a mi remera impregnada con perfume y se me prendió fuego el cuerpo. Estaba completamente en llamas, como una película de terror”.
Cuando Érika lo cuenta, lo recueda como una pesadilla. Fueron segundo en lo que no podía siquiera sacarse la ropa: “Estaba en shock. Mi pareja que salía del baño vino con una toalla y logramos apagar la llama”.
Los recuerdos sobre ese momento son para Érica confusos: “Por lo que me cuenta, ella me vio y me gritó que me saqué la ropa. Veo el corpiño prendido fuego, me lo saco y después de eso, lo próximo que me acuerdo es estar en la camioneta de mi cuñado- porque nunca llegaron los bomberos ni las ambulancias-”
“Cuando llego al hospital, tengo imágenes de cinco o seis médicos sacándome la piel con pinzas como si estuviera derretida. Tenía mucho miedo a morirme”.
María Teresa Rodríguez tiene 77 años y hace 10 la pisó un camión. Tuvo aplastamiento de brazo derecho y pierna. Ella es enfermera y como nunca se desvaneció, dirigió su traslado al centro de salud: “Decidí el lugar al que tenían que trasladarme de acuerdo a mi ART. En la clínica estaba conciente cuando me llevaron a terapia”.
“En la clínica cuando entré vi enfermeros y médicos, me llevaron a terapia para cortarme el brazo y la pierna. Una doctora dijo ‘vamos a darle 24 hora más’. Estuve en terapia con morfina, continuamente con curaciones. Tres veces por semana iba a cirugía y una de las veces el doctor me preguntó si quería ver cómo me había quedado el brazo. Tenía un huesito, no era un brazo”.
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— Xenia Broking Wed Oct 10 08:22:26 +0000 2018
Hace dos años, María Teresa vio una publicidad en televisión. “Le pedí a mi hija que llamara a averiguar porque yo no me valía por mí misma ni para pensar. Verme ahora el brazo a como yo lo tenía, es otra cosa. Me cambió hasta mi manera de ser, ahora decido todo yo”.
Carla Pastor tiene 33 años y en un accidente en 2013 se le prendió fuego el 33 por ciento del cuerpo: “Me quemé el pecho, la cara y el cuello por completo. Ahí mi vida empezó a cambiar. También me quemé las manos por lo que no podía hacer absolutamente nada”.
Cuando tuvo el accidente, Carla estaba embarazada de su última hija: “Tenía dos hijas más a las cuales no podía ayudar en nada. Estuve un tiempo llena de fajas y una careta. Eso hizo que estuviera un año encerrada. No podía llevar a la plaza porque me sentia incómoda, salía a la noche a dar una vuelta manzana cuando no había nadie”.
Romina Daiana López que hoy tiene 27 años, recuerda el momento en el que a los 8, se prendió fuego el hotel donde vivía con su familia. Fue la única que quedó adentro: “No me podía despertar, en un momento me levanto no sé cómo y salgo de las llamas. Estaba derretida, gritaba y pedía ayuda. No sé cómo hice para salir”.
Se había quemado hasta los huesos: “Tengo el 89 por ciento del cuerpo quemado, estuvieron a punto de amputarme una pierna y un brazo. Pasé por tres cirugías por semana y en tratamiento durante tres años”.
Romina sentía que vivía en el mismo infierno del incendio: “Después padecí mucha violencia verbal y discriminación. Me decían cosas tremendas, no quería vivir más. Pensaba que había tenido voluntad para salir de ese fuego, pero estaba en otra pesadilla”.
“Había perdido las esperanzas, siempre soñaba que me levantaba y no tenía las cicatrices. Me decían la quemada o Freddy. Era muy doloroso”.
El 27 de enero de 2005, Natalin López sufrió violencia de género. Estuvo un año y medio internada en el Instituto del Quemado: “Hay dos hombre que marcaron mi vida: el médico que me atendió y Diego que cambió las luces del quirófano por las de un cubículo de Mandinga Tattoo”.
Ella sostiene que salió adelante por su hija que en ese momento tenía tres años. “Estaba toda vendada y ella escuchó mi voz y me abrazó. Todo fue por ella”
Natalin reconoce que nunca pensó estar a esta altura de su vida toda tatuada: “Es la primera vez que hablo. Desde que me hicieron los tatuajes cambió todo. La mirada sobre mí misma y la de mi familia. Antes cuando me subía a un bondi, la gente se corría. Las personas tratan de lastimarte y te duele todo aún más”.
“Cuando lo conocí a Diego solo le pedí que me tatue los brazos porque había estado 15 veranos tapada: Nos dijo a todas que nos iba a cambiar la vida y fue así. Ya no nos miran como las quemadas, sino que somos las tatuadas”, explica Natalin.
Todas llegaron al local de Lugano impulsadas por amigos o familiares que escucharon sobre los tatuajes sanadores que hacía Diego Starópoli, de Mandinga Tattoo.
“Yo no sabía que existían. Un día estaba atendiendo y vino Diego con su esposa y sus hijos al restaurante donde trabajaba”, cuenta Diana.
Según explica, le llevó una bebida y Diego le preguntó qué le había pasado. “Le conté y me dio su tarjeta. Me dijo que él podía cambiarlo, hacer que se viera diferente y cambiarme mi vida sin cobrarme un peso, porque me lo iba a hacer gratis”, recuerda.
Como Diana, el resto de las Fénix (Los Fénix de Mandinga) recuerdan el abrazo con el que las recibieron en el local no solo Diego sino también el resto de tatuadoras y tatuadores. También recuerdan la primera sensación que tuvieron cuando vieron los dibujos por primera vez en la piel.
“No lo podía creer, se habían borrado las cicatrices. Fue barajar y empezar de vuelta”, concuerdan todas.
La frase que les dijo Diego en un primer momento la repiten para dar dimensión de lo que implicó: “Yo a vos te puedo cambiar la vida por completo si me lo permitís. Transformo tus cicatrices en una obra de arte”. Todas aseguran que así fue.
Cinthia creía que lo más afectado que tenía era el cuello. “Lo veía deformado y siempre usaba pañuelos. Me hicieron tres cirugías reconstructivas y los resultados no eran los que yo esperaba y sufría mucho porque me sentía un monstruo”.
Ella cuenta que fue su esposo quien vio en Instagram que hacían tatuajes: “Mi primera sesión en el pecho fue tremenda. Fue como si me hubieran puesto otra piel. Soy otra persona. Los tatuajes me hicieron sentir más segura”.
“Lo que hacen los tatuadores con nosotros es ciento por ciento amor. No toman dimensión del impacto que tienen. Cómo nos cambian a la vida. Pertenecer a este grupo es hermoso. Es muy gratificante sentir que tengo un propósito de vida al contar mi historia y sabemos que podemos transformar algo que fue super doloroso en esperanza”, reflexiona Nerea.
Diego Starópoli tiene casi 50 años, hace 30 que tatúa y desde hace 8 empezó a tatuarle las areolas a mujeres que tuvieron cáncer de mama: “Al día de hoy llevamos tatuada 1750 mujeres de las cuales personalmente tatué a 1600. Las otras 150, mi hermano que ha sobrevivido al cáncer”.
Según cuenta a TN: “Por alguna cuestión del destino, empezamos a tatuar a un chico que tenía casi el 80 por ciento del cuerpo quemado. En realidad, él nos pidió si nos animábamos a tatuarlo. Era impensado en ese momento que podíamos tatuar ese tipo de piel con quemaduras graves, pero lo hicimos”.
“Hace dos años cayó una chica - que no es parte de este grupo - que tenía la espalda quemada y la tatuamos. Subimos las imágenes a las redes sociales y se empezó a armar este grupo ‘Los fenix de Mandinga’”, recuerda Diego.
Con respecto a los tatuajes sanadores, Starópoli advierte que son muy distintos todos: “Hay chicas que tienen pieles que rechazan los colores. Yo no elijo casos simples, a la hora de evaluar a una persona para tatuarla de manera gratuita, en primera instancia confirmo que el caso sea tan grave que otro tatuador no se anime a hacerlo y por otro lado, que esa persona no tenga la posibilidad económica de tatuarse. Son trabajos que llevan meses, son parte de mi familia”.
Antes de terminar, Diego quiere aclarar, frente a los testimonios de las ocho fénix: “La vida me la cambiaron ellas, a veces es más lo que recibo que lo que doy”.
Producción y entrevistas: Yanina Salvador
Cámara y realización: Juan Pablo Chávez
Edición de video: Nadina Barello
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