En mayo, en una de esas noticias que parecen a la vez increíbles y demasiado tentadoras para ignorarlas, se produjo un revuelo en numerosos periódicos occidentales por la supuesta noticia de que Kim Jong-un, el gobernante autocrático de Corea del Norte, había emitido un edicto oficial que prohibía los pantalones de denim rotos o ajustados.Cuando la libertad también es ponerse unos jeans - LA NACION Cuando la libertad también es ponerse unos jeans - LA NACION

Aunque resultó ser una versión hiperbólica de una noticia obsoleta, tres desertoras que viven en Corea del Sur dijeron que la idea de que los jeans simbolizan una especie de rebelión a favor de un futuro diferente para los ciudadanos de Corea del Norte no es tan descabellada como podría parecer.

“Cuando vivía en Corea del Norte, nunca tuve la libertad de ponerme lo que quería, pero nunca lo cuestioné porque no sabía que esa libertad existía”, dice Jihyun Kang, de 31 años, que creció en Chongjin, la tercera ciudad más grande de Corea del Norte.

Kang vislumbró por primera vez esa libertad cuando estaba de vacaciones en el monte Paektu y vio a un extranjero: “Estaba convencida de que era un indigente porque en Corea del Norte solo los mendigos llevaban la ropa rota. Pero mi padre me dijo que era caro para los extranjeros visitar Corea del Norte y supuso que los jeans estaban rasgados como una forma de estilo”.

Fue la primera vez en su vida que Kang reflexionaba sobre esa palabra –“estilo”– y las preguntas la llevaron a plantearse interrogantes más amplios sobre su identidad y el significado de la liberación personal que, en última instancia, la llevaron a tomar la decisión de abandonar su país.

No es la única. Kang Nara, una estrella de las redes sociales de 23 años, y Yoon Miso, una asesora de imagen de 32 años, abandonaron Corea del Norte para irse a Corea del Sur, y le atribuyen a la moda su camino hacia la libertad. Ahora intentan ayudar a otros a entender lo poderosa que puede ser la indumentaria.

Aunque se dispone de poca información sobre la industria de la moda en Corea del Norte, los estilos en el país varían de manera significativa de una provincia a otra y de una clase social a otra. En Pionyang, por ejemplo, la capital intensamente vigilada en la que vive la élite, la moda tiene un aspecto muy diferente de su expresión en el resto del país, donde se estima que el 60 por ciento vive en la pobreza absoluta.

Los ciudadanos norcoreanos en alguna época recibieron raciones de ropa del Estado –trajes de dos piezas tipo uniforme en unos cuantos colores sólidos–, pero cuando la economía se derrumbó a mediados de la década de 1990, la gente desarrolló su propio sistema de mercados locales, y desde entonces hay una mayor variedad de opciones.

Al principio, los vendedores de los mercados ofrecían lo que podían cultivar, cocinar o coser en casa, pero para 2017, había 440 mercados oficiales abastecidos en su mayoría con importaciones chinas, que incluyen alimentos, artículos para el hogar y ropa.

También hay un activo mercado negro, con artículos como maquillaje, memorias USB que almacenan contenido extranjero y también “ropa prohibida”. Los desertores dicen que los verdaderos amantes de la moda conocen a los vendedores privados y compran los artículos más arriesgados en sus casas.

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Las leyes y los castigos en Corea del Norte no son públicos, por lo que no está claro qué prendas y accesorios son ilegales. En cambio, hay directivas que prohíben “los artículos que representan ideas capitalistas”, señaladas en el Rodong Sinmun, el periódico estatal del país.

Organizaciones como la Liga de la Juventud Patriótica Socialista han interpretado durante mucho tiempo que esto incluye las minifaldas, las camisas con frases en inglés y varios tipos de pantalones vaqueros, y han controlado al pueblo conforme a esos lineamientos.

Durante décadas, quienes se atrevían a vestirse fuera de la norma se enfrentaban a la vergüenza pública o a la cárcel si eran descubiertos. Kang recuerda, por ejemplo, una ocasión en la que tuvo que rogarle a un oficial patrullero que la librara de una sesión de humillación pública después de que la encontraron con unos pantalones blancos de jean (lo consiguió). “Si quería ponerme algo, como unos jeans, tenía que hacerlo a escondidas. Tomaba calles secundarias, o me escondía si veía que se acercaba un patrullero”.

Yoon, que es de Hyesan consiguió su primer par de pantalones de denim –color azul y estilo acampanado– en casa de un vendedor privado cuando tenía 14 años. “Un día, combiné los jeans con una blusa de colores vivos y me atraparon”, recuerda. Un funcionario de la Liga de la Juventud Patriótica Socialista cortó sus pantalones en una sesión de humillación, la hizo pedir perdón públicamente y se lo notificó a su escuela, donde la sermonearon sobre los peligros de las “ideas capitalistas y burguesas”.

En 2009, con 20 años, Yoon se fue a China y vivió allí dos años antes de mudarse a Corea del Sur en 2011. “Para mí, la moda es libertad, y me fui de Corea del Norte porque deseaba ponerme lo que yo quisiera”.

Aprender a vestirse otra vez

El Ministerio de Unificación de Corea del Sur calcula que 34.000 norcoreanos han cruzado la frontera desde 1998. Los desertores, que se enfrentan a penas de prisión o algo peor si son capturados, suelen salir por el sur de China, atravesar Laos y luego Tailandia antes de llegar a Corea del Sur.

Algunos llevan una pequeña muda de ropa de Corea del Norte, o recogen artículos en China. Al final, entran en Corea del Sur con las manos más o menos vacías.

Tras su llegada, los desertores pasan hasta tres meses bajo investigación por el Servicio Nacional de Inteligencia de Corea del Sur mientras viven en un edificio aislado en las montañas. Si son aprobados, se trasladan a un centro de apoyo al asentamiento llamado Hanawon, donde se les enseña fundamentos bancarios, tecnológicos y comerciales.

Parte de esa educación suele incluir una excursión a grandes almacenes, donde los alumnos de Hanawon reciben dinero para comprar. Aunque Corea del Norte cuenta con un puñado de grandes almacenes que venden marcas occidentales para el uno por ciento más adinerado de la población, el viaje organizado por Hanawon es una experiencia nueva para la mayoría de los desertores.

Kang Nara, que perdió toda su ropa cuando cruzaba el río Yalu en 2014, recordó haber elegido un chaleco acolchado de K-Swiss forrado con piel de mapache, un artículo que su profesor le dijo que era elegante para los chicos de su edad. Yoon describió el centro comercial al que acudió, Shinsegae (que significa “nuevo mundo”), como “un mundo alternativo e increíble”. Recordó haber comprado un piyama corto de algodón que había visto en la serie coreana Escalera al cielo.

Cuando salieron de Hanawon, las tres mujeres descubrieron que la vida cotidiana surcoreana apenas se parecía a lo que habían visto en la televisión cuando vivían en Corea del Norte.

Jihyun Kang, que desertó en 2009, dijo que fue la primera vez que pensó realmente en los gastos de vestir bien: “Cuanto más miraba la ropa, más entendía la calidad. Quería cosas más bonitas, pero no me las podía permitir. En las seties, todo el mundo lleva ropa colorida y cara y se cambia a menudo, pero en la vida real no era así en absoluto”.

“Al principio, solo conocía las compras en los grandes almacenes y suponía que la mejor ropa era la más cara”, dice Yoon, y añade que pensaba que tocar algo significaba que había que comprarlo y que no estaba segura de si se le permitía probarse cosas. Ni siquiera se imaginaba tratando de devolver algo. “Era como si otras personas tuvieran permiso para hacer estas cosas, pero de alguna manera si yo lo hacía, todo el mundo me miraba”.

Kang Nara y Yoon admitieron sentirse acomplejadas por su ropa y su condición de desertoras, que suelen ser mal vistas en Corea del Sur. Yoon, además de ocultar su origen norcoreano, recuerda que intentaba verse y expresarse como una lugareña.

“A veces pensaba en los trajes que llevaba en mi país y en cómo todo el mundo me decía que me veía linda con ellos, pero nunca me permití vestir así. Me obligaba a vestir de la manera más surcoreana posible”, cuenta. Para entender lo que eso significaba, pasó horas en YouTube viendo tutoriales de belleza y recibiendo consejos de moda de Get It Beauty, un programa de televisión surcoreano presentado por maquilladores y celebridades de moda.

Kang Nara dice que se arrepiente de muchas de sus primeras decisiones de moda: “Me vestía como la gente rica de Corea del Norte en su interpretación de cómo se vestían los ricos chinos”, explica. Con el tiempo, destiló y simplificó su estilo, al inspirarse en celebridades surcoreanas como la actriz Cha Jung-won.

“Cuando la gente se enteraba de que yo era norcoreana, decían que no podían creerlo, y su sorpresa siempre era un cumplido”, comenta Kang. “Me hacía sentir satisfecha con mi manera de vestir: como si fuera un cuervo que había conseguido pasar desapercibido entre las palomas”.

Llevar puesta tu historia

Las redes sociales han llegado a desempeñar un papel importante para ayudar a los desertores a adaptarse a sus nuevas vidas, especialmente YouTube, que algunos norcoreanos han utilizado para ayudar a los surcoreanos a entender sus dificultades. En los últimos cinco años, varios desertores han utilizado la plataforma para hablar de sus vidas y de sus experiencias.

Kang, una de las YouTubers más conocidas en este género, ha construido su canal a partir de su imagen como experta en moda y belleza norcoreana. Aunque la mayor parte de su contenido es ligero, en un video dice que una vez se planteó volver a Corea del Norte.

“La gente me dice que he hecho un buen trabajo de reasentamiento, pero había días en los que quería volver a casa”, dice.

Yoon está inscrita en un programa de entrenamiento empresarial llamado Asan Sanghoe y espera crear una línea de cosméticos, enfocada en colores vivos que estarían prohibidos en Corea del Norte.

Jihyun Kang se graduó en el mismo programa de entrenamiento el año pasado. En abril, puso en marcha una línea de ropa llamada Istory, para la que entrevista a desertores norcoreanos y luego traduce sus relatos en imágenes, que a su vez se imprimen en coderas y se cosen en camisetas de manga larga.

Un código QR en la etiqueta de la camiseta lleva a una página web sobre la historia del desertor: antecedentes familiares, infancia, la huida de Corea del Norte y objetivos futuros. La camiseta que representa la historia de Kang es una silueta del monte Paektu con una puesta de sol naranja de fondo.

“La moda te permite contar una historia”, dijo Kang, y añade que a través de su trabajo ha conocido a muchos desertores que enfrentaron dificultades en Corea del Norte y siguen superando muchas cosas en Corea del Sur. “Cuanta más gente conozca estas historias, más espacio habrá para el cambio, y yo quiero participar en esa transformación”.

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