Eran los mejores ejemplares de la raza cebú, bueyes blancos y jorobados, de ojos tristes y una larga papada colgada del cuello. Cada imagen de los animales que se transmitía por la gran pantalla provocaba una explosión de gritos de los subasteros mientras el público pujaba entre largos sorbos de cerveza. Precio medio por buey: 15.000 reales –3.000 euros-. La subasta, en el restaurante del Manglar de las Garzas, en ciudad de Belém, en la boca del Amazonas, contaba con la presencia de un centenar de rancheros locales, de los que van en camioneta con pegatina de Jair Bolsonaro y escuchan sertanejo universitario , la versión brasileña de country rock.
Estaban también los compradores y gerentes de mataderos de la mastodóntica industria cárnica en Brasil, el segundo país productor de carne de vacuno del mundo, y que –gracias a su expansión vertiginosa en la Amazonia– pronto será el primero.
Para esos ganaderos, la selva amazónica –que se extiende a lo ancho de cinco millones de kilómetros cuadrados y alberga una de cada cinco especies de fauna existentes– es un lugar ideal para el ganado. “La hierba es mucho mejor aquí que en el sur; hay mucho sol y caen 2.000 milímetros de lluvia por año frente a 1.000 en Minas Gerais”, explica Leonardo, asesor de subastas, que visitaba la zona desde Belo Horizonte, 2.600 kilómetros más al sur. “Es la carne de mayor calidad y más barata del mundo”.
Lee tambiénDe superficie casi tan grande como Portugal, el municipio de São Félix merecería tres entradas en un libro Guinness dedicado a la crisis climática.
Primero, con 24 millones de cabezas de ganado –más de 20 por habitante– tiene la mayor cabaña de vacuno de Brasil.
Segundo, lidera el ranking de deforestación, tras destruir casi 4.000 km2de selva en el 2020, una tercera parte de toda la deforestación en la Amazonia brasileña. Esto equivale a más de 1.000 campos de fútbol por día.
En tercer lugar, el municipio produce más emisiones netas de CO2por habitante –22 veces más que la media nacional– que ningún otro en Brasil. Ni la megalópolis de São Paulo, con sus 21 millones de habitantes, emite, en términos netos, tanto CO2como la selva en vías de desaparición de São Félix de Xingu.
Por supuesto, la relación entre estos tres récords no es casual. El 80% de la deforestación en la Amazonia se realiza para allanar el camino al ganado. Y 25 de cada 30 toneladas de emisiones netas de CO2aquí son el resultado de la deforestación, a la que hay que sumar el metano que desprenden esos 24 millones de flatulentos bueyes cebú.
Considerada el pulmón del planeta, la deforestada Amazonia emite ya más gases invernadero de los que absorbe. En la carretera de Xinguara a São Félix apenas quedan árboles, y enormes praderas verdes se extienden por los dos lados hasta el horizonte.
“Esto no es la Amazonia”, dijo una ranchera en Ourilandia do Norte. “La Amazonia empieza más al oeste”. Pero la frontera de deforestación siempre avanza.
São Félix es un foco también de violencia, delincuencia organizada, conflictos por la posesión de la tierra y enfrentamientos entre madereros, mineros de oro y las comunidades indígenas como los kaiapó o los xikren que viven lo largo de la orilla del Xingú.
Anyone knows how to do water aerobics
— munch Sun Apr 11 13:15:54 +0000 2021
En el letrero en la entrada al pueblo, junto al alegre Bem-vindo a São Félix do Xingu , se ha pintado con spray las letras C.V. Significa Comando Vermelho, uno de los grupos de narcotraficantes nacidos en las favelas de Rio de Janeiro que ahora gestionan también la extracción de madera y oro de la Amazonia.
Lee tambiénLa mayoría de la producción cárnica en Brasil se consume internamente pero las exportaciones crecen cada año, sobre todo a Asia. Los principales productores y exportadores son JBS, la compañía cárnica más grande del mundo, Marfrig y Minerva. Todas han sido denunciadas por sacrificar animales que pastaban en zonas deforestadas de São Félix do Xingu.
Según un informe de octubre del 2021 de la Fiscalía Federal, el 31% de la carne producida por Frigol y el 19% de la de JBS registraba irregularidades dentro del acuerdo que habían firmado para eliminar el uso de animales de áreas deforestadas. Marfrig y Minerva han sido denunciadas también. En muchos casos, las empresas de carne “blanquean” la procedencia de los animales que sacrifican al llevarlos las últimas semana de engorde a áreas de pasto más al sur, donde no se produce ya deforestación.
Pese a firmar acuerdos de cero deforestación, los bancos siguen financiando las empresas cárnicas brasileñas sin poner condiciones. Barclays y Santander han gestionado la emisión de bonos de JBS por millones de euros en los últimos meses.
Para romper el círculo vicioso entre la deforestación, el ganado y las emisiones de CO2hace falta revisar radicalmente el modelo de ganadería en la Amazonia. Si en Europa la batalla por el medio ambiente se libra contra la ganadería hiperintensiva y las macrogranjas industriales, en la Amazonia el reto es otro. Aquí hay demasiados pocos animales por metro cuadrado. La superficie amazónica ocupada por la ganadería ha subido un 80% en los últimos 20 años, hasta 1,4 millones kilómetros cuadrados, y la larga marcha de los cebúes no se detiene.
“Tenemos que elevar el número de vacas por kilómetro cuadrado y recuperar los cientos de miles de hectáreas de áreas degradas deforestadas que ya no sirven como pasto”, dice en una entrevista Paulo Barreto, el director de Imazon, un grupo de investigación medioambiental con sede en Belém. “Basta con intensificar la ganadería de forma moderada manteniendo el pasto como fuente de alimentación y evitando las unidades de engorde altamente intensificadas”. De esta manera Barreto considera viable elevar la producción de carne bovina de acuerdo con los objetivos del Gobierno sin más destrucción.
No sería difícil llevar este plan a cabo. El coste sería menor que los créditos públicos otorgados a los ganaderos actualmente. Pero hay un problema. “La forma más barata de apropiarse de tierras ilegalmente en la Amazonia es metiendo ganado”, dice el economista Luiz Alberto Melchert, consultor agrario. Si no se eliminan los incentivos económicos a la deforestación ilegal para crear espacio para la ganadería, será casi imposible avanzar con proyectos alternativos.
La raíz del problema es la ambigua definición legal de millones de hectáreas de tierra pública en la Amazonia brasileña. En estos momentos, el 50% de la selva está protegida a través de áreas de conservación como parques nacionales o tierras indígenas.
Aunque existe deforestación en esta área, sería relativamente fácil frenarla si el Gobierno tuviera la voluntad de hacerlo. El 21% consiste en fincas privadas en las que solo el 20% puede ser deforestado legalmente. Ahí también, con títulos de propiedad en regla, es fácil controlar la deforestación ya que se sabe quiénes son los propietarios.
El problema se da con el 29% de tierra pública no destinada, propiedad del estado federal o del estado regional pero sin un uso asignado. Aquí es donde ocurre la mayor parte de la apropiación ilegal de tierra y la deforestación.
El proceso es el siguiente. Primero los llamados grileiros –especializados en robar tierras y falsificar títulos– ocupan las áreas. Talan con motosierra los árboles de mayor valor –sobre todo caoba– para la exportación, mediante documentos falsos, principalmente a Europa. Después, se deforesta el resto usando de una cadena de cinco kilómetros de largo que se arrastra entre dos megatractores. Se quema lo que queda, se rocía con herbicida y se arrancan las raíces. Finalmente, se construyen vallas, se siembra hierba y se incorporan los bueyes al área.
La situación es esperpéntica. “Deforestar es una prueba de que la tierra está ocupada y es útil para intentar conseguir un título más adelante; hacen un mapa para el Gobierno, piden posesión de la tierra y esperan”, dice Brenda Brito, experta jurídica. Los responsables de la destrucción son hacendados poderosos y ricos. “Deforestar cuesta 2.000 reales por hectárea, de modo que no son pequeños ganaderos o agricultores los responsables; es un negocio muy lucrativo”.
Tarde o temprano llegará la legalización o una amnistía. “Cuando se adoptó el código forestal en el 2012, vino con una amnistía y ha habido varias desde entonces. El Gobierno siempre va a abrir otra vía de legalización;”, dice Mauro Lucio, ganadero de São Félix do Xingu. Mientras esperan la próxima ley, la impunidad es total. “Si el Ibama [la entidad federal de protección medioambiental] les acusa de haber deforestado un área de bosque apropiado, responden : “¡Pero si la tierra no es mía!”, dice Lucio.
La próxima amnistía puede venir pronto con la nueva ley de regularización de patrimonio que Bolsonaro ha presentado en el Congreso. “Legalizará la apropiación ilegal y la deforestación”, dice Brito. Un auténtico regalo del presidente en un año electoral. No es por nada que en la gasolinera, en la calle principal de São Félix, parpadea una pantalla con un enorme retrato de Jair Messias Bolsonaro.
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