Nos guste o no, la ropa que llevan las políticas suele hacer correr ríos de tinta. Que se lo digan a Hillary Clinton quien, durante la carrera presidencial de 2016, hizo de los pantalones de traje un motivo de debate (y un hashtag, #pantsuitsnation). Hoy la conversación en Estados Unidos la dirigen, entre otros, el abrigo rojo de Max Mara de Nancy Pelosi, el corte de pelo de Ocasio Cortez (que hasta mereció una columna en The New York Times el pasado octubre) o las chaquetas de Elizabeth Warren.
Son precisamente estas últimas las que han hecho saltar a la fama a su diseñadora, Nina Mclemore, una mujer afincada en Nueva York que no suele aparecer en los medios al lado de celebridades pero que, sin embargo, lleva varios años vistiendo tanto a Warren como a Hillary Clinton, Janet Yellen (anterior presidenta de la Reserva Federal) o Elena Kagan (jefa de la Corte Suprema).
Elizabeth warren con una chaqueta de Nina McLemore en un evento en las Vegas la pasada semana. Foto: Gettyimages
Nina no estudió diseño de moda, sino dirección de empresas. Fue durante años CEO de la marca Liz Claiborne, y cuando estableció su marca homónima, en 2003, no pensó en términos de creatividad, sino de nicho mercado. “Nuestros cerebros hacen afirmaciones inconscientes sobre la gente que son determinantes para lograr objetivos como ser contratado o elegir con quién hablas en una fiesta”, declaraba en una entrevista en The Washington Post en 2016. Y añadía: “Nos solemos acordar más de la ropa que ha llevado alguien que de lo que ha dicho”. Por eso decidió llenar el hueco de esas mujeres que, como ella en su vida anterior, ocupan puestos de poder en la política y los negocios y, por lo tanto, saben que su estilo dará que hablar.
Como McLemore explica en su página web: “Mis diseños están pensados para cubrir todos los aspectos de la vida de una mujer profesional: día, noche, ocio y, por supuesto, viajes”. Sus ya famosas chaquetas no se arrugan, están hechas siguiendo patrones que se adaptan al cuerpo sin ceñirse, enfatizan los hombros (símbolo de poder y seguridad para el observador) y tienen bolsillos, muchos bolsillos. Al contrario que la mayoría de los diseñadores, no encuentra la inspiración en el arte, la cultura o en otras referencias visuales, sino en estudios académicos sobre el comportamiento humano, y aunque sus ‘musas’ podrían permitírselo, sus prendas no superan los quinientos dólares en la mayoría de los casos.
Algo similar ocurre con otras marcas desconocidas para el gran público pero habituales para señoras poderosas: todas están creadas por mujeres que saben de lo que hablan, porque antes de fundar empresas textiles estuvieron ocupando cargos importantes. M.M. LaFleur es una de ellas. Creada en 2013 por una ex ejecutiva financiera, Sarah LaFleur, tienen lista de espera para algunas de sus prendas básicas, un equipo formado por gente que viene de Google o Quidsi (filial de Amazon) y un posicionamiento político claro: según cuenta Fast Company, tras la elección de Trump, la marca envió un email a sus clientas para compartir opiniones y comentarios.
Hilary Clinton con un traje estampado de Argent.
Argent es otra de esas firmas de moda creadas por y para reflejar seguridad y poder. La fundó una ex ejecutiva tecnológica de Silicon Valley, Sali Christenson, en 2016 y hoy cuenta entre sus clientas habituales a Kamala Harris, Arianna Huffington o Hillary Clinton. Hace un año, la marca recibió una inversión de 4 millones de dólares de Founder Fund, una sociedad de capital riesgo que también ha invertido en Airbnb, Spotify o Lyft. “Creé la marca después de leer un estudio que afirmaba que muchas mujeres se sienten juzgadas por su apariencia en el trabajo”, contaba Christenson en Fashionista el verano pasado con motivo de la apertura de su primera tienda en Nueva York (que, por supeusto, alberga un espacio de coworking). Como Nancy Mclemore, ella también cree que la apariencia, por suerte o por desgracia, da pie a damasiados prejuicios “Tu ropa influencia la percepción que tiene de ti la gente, y eso puede influir en tu trayectoria profesional”, afirma en Fashionista.
Como hicieran Armani en los ochenta o Donna Karan en los primeros noventa (ambos momentos cruciales para la mujer en el terreno laboral) estas firmas priorizan la función sobre la forma, y utilizan la psicología del color y la silueta para enviar mensajes inconscientes sobre la seguridad, la actitud o el poder. Pero, a diferencia de las primeras, las nuevas marcas que visten la política americana no piensan en términos de glamour o tendencias, no buscan salir en revistas internacionales ni, por supuesto, hacer desfiles: sus creadoras no son diseñadoras, son mujeres que han sufrido los prejuicios asociados a tener un cargo profesional y quieren que las mujeres del futuro no los sufran. Al menos, en lo que a estilo se refiere.
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