Jamie Dornan se mueve a través de la escena. Concretamente, la escena es el marco de la ventana de un pequeño restaurante japonés en Stroud, una ciudad del oeste de Inglaterra que fue famosa por sus fábricas de lana, sus ríos serpenteantes y sus ovejas sospechosamente fotogénicas. No es más comatoso que somnoliento. Hay una tienda de cristales energéticos y una tienda de ropa vintage llamada Time After Time.
Nadie parece tener prisa, y menos el hombre con el que he quedado. El actor, (quien nos muestra qué es el estilo smart casual y cómo puedes usarlo) camina derecho, dándome las dobles pistolas: un brazo extendido, el otro doblado como el de un arquero, mientras ambas manos y los dedos índices apuntan a través del cristal del restaurante. ¡Pew! Pew! Muy al estilo Trinity apuntando en The Matrix, pero, ya sabes, más papá.
Sin embargo, aunque no conociera ya a Jamie Dornan -nos conocimos hace 16 años, ambos como novatos en nuestros respectivos juegos, ambos vistiendo jeans deslavados y Calvin Klein blancos, uno de nosotros con mucho más éxito que el otro-, podría estar seguro que él daría este tipo de bienvenida.
Atraviesa la puerta y me da un gran y envolvente abrazo de oso, una palmadita en la espalda, una sonrisa millonaria, una sacudida de hombros y una risa sincera. Me da la impresión que es el mejor amigo perdido que después de mucho tiempo vuelve de una excursión en el extranjero y que no sabía que había extrañado tanto, el chico de la casa de al lado que dejó el rugby, consiguió una gran oportunidad y corrió con ella hasta ganar la lotería.
El chico es de oro. Aunque el suyo no es un brillo centelleante e intocable -del tipo que tiene Timothée Chalamet mientras se desliza por Cannes como un soldado de la moda en un body de Haider Ackermann- sino un calor visible y exotérmico. Me recuerda al hombre "Ready Brek" de los anuncios de cuando era niño. Era un avatar de plastilina en stop-motion que brillaba como una bomba nuclear. Bueno, ese es Dornan. Tiene mucha calidez: se puede ver su calefacción central en el exterior.
Hoy, el actor norirlandés de 39 años está vestido precisamente como un actor principal debe vestirse para una cita casual de lunes de principios de otoño con un miembro de la prensa: una camiseta suelta del color de una sábana blanca que ha estado en un ciclo de lavado caliente con una bolsa de té; tenis que no están de moda; pantalones de color caqui beige lo suficientemente ajustados como para hacer que sus pantorrillas notablemente tonificadas de Pelotón se parezcan a un par de pitones que han tragado pelotas de tenis. También lleva una chaqueta azul cobalto perfectamente desgastada, además de una gorra de béisbol azul marino maltratada, que se pondrá al revés una vez que lleguen nuestros platos de sopa de fideos de pollo picante. Es un look con el que pocos padres de casi 40 años podrían salirse con la suya fuera de sus propios gimnasios caseros: es más como un barista de Dalston que un galerista de Mayfair especializado en NFTs de Pokémon sin caja.
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