Hablar de películas de ciencia-ficción es hablar de la historia del cine en general. Encontramos ya ejemplos del género entre los primeros días del cinematógrafo: no solo el famoso Viaje a la Luna (1902) de Méliès, obra pionera y visionaria donde las haya, sino también la obra de genios españoles como Segundo de Chomón, cuya El hotel eléctrico (1905), milagro del stop motion primitivo, resultó fundamental para el desarrollo de un cine de animación nacional. Incluso Edison apadrinó una adaptación de Frankenstein en 1910, primera de todas las que llegarían en las décadas posteriores. Si el nuevo invento se estaba fijando ya en las obras que pusieron las bases del género en la literatura, eso quería decir que el matrimonio cine/ciencia-ficción estaba destinado a perdurar.

Es posible que Alemania fuera el país donde se celebró la luna de miel: el serial silente Homunculus (1916), El golem (1920), Las manos de Orlac (1925), Metrópolis (1927) o La mujer en la luna (1929) propulsaron el género en pantalla a medida que revistas norteamericanas como Amazing Stories lo hacían en el imaginario de la cultura pop. Desde una vertiente más vanguardista, Rusia sorprendió al mundo con Aelita (1924) e incluso el surrealismo francés se acercó a lo que podemos entender por CF en París que duerme o Ballet mécanique, ambas de 1924. No hay más que recuperar Una fantasía del porvenir (1930) o La vida futura (1936) para descubrir que el mundo de entreguerras soñaba con futuros esplendorosos y maravillas de la tecnología, aunque en ocasiones (como en Metrópolis) el precio a pagar fuera nuestra deshumanización.

Tras sobrevivir como pudieron durante los años cuarenta, sobre todo a base de seriales superheroicos y secuelas Universal del Hombre Invisible o Frankenstein, las películas de ciencia-ficción resurgieron con fuerza atómica en los cincuenta: invasiones de platillos volantes, monstruos gigantes radiactivos e increíbles humanos menguantes/crecientes trasladaron la capital del género a Estados Unidos, donde se ha mantenido hasta la fecha, si bien Japón también supo sublimar sus ansiedades de posguerra a través de la figura de Godzilla. En los sesenta, la CF saltó a la televisión de la mano de La dimensión desconocida (1959-1964) o Star Trek (1966-1969), pero eso no significa que abandonase las salas de cine: clásicos como La Jetée (1962), Barbarella, El planeta de los simios ó 2001: Una odisea del espacio, las tres últimas de 1968, pertenecen a esta década. Es probable que la de Stanley Kubrick siga siendo, aún hoy en día, la peli de ciencia-ficción más ambiciosa jamás rodada, lo cual siempre fue la intención de su autor.

Las 100 mejores películas de ciencia ficción de todos los tiempos

En los setenta, la CF tomó conciencia política, con Naves misteriosas (1972), Cuando el destino nos alcance (1973), Rollerball (1975) o Stalker (1979) como grandes ejemplos de hasta dónde puede llegar el género si lo entendemos como parábola social. No obstante, eso no significa que se perdiera el gusto por el puro espectáculo, como demuestra un George Lucas que, entre THX 1138 (1971) y La guerra de las galaxias (1977), pasó de la fábula orwelliana al homenaje más sincero a los seriales que veía de pequeño. El mismo año de Star Wars, Steven Spielberg estrena su sinfónica Encuentros en la tercera fase, donde los extraterrestres eran vistos como seres benévolos, pero el pacto de no agresión duró más bien poco: Alien (1979) volvió a enseñarnos a desconfiar de toda forma de vida ajena a esta roca llamada Tierra.

Los ochenta fueron una década de secuelas, blockbusters y franquicias, aunque también de rarezas tan míticas como Blade Runner (1981) o tan reivindicables como Repo Man (1984). John Carpenter portó la llama de la crítica social con Están vivos (1988), pero también rescató la paranoia cincuentera con la extraordinaria La Cosa (1984). Fue una época de iconos: el Terminator, RoboCop, Tron, Marty McFly, los gusanos de arena de Dune (1984)… Lo cual no quiere decir que los noventa y los dosmil generaran menos imágenes para la posteridad, como desmuestra prácticamente cualquier plano de Matrix (1999). La era posmoderna nos dejó joyas como Desafío total (1990), Mars Attacks! (1996), Minority Report (2002), Serenity (2005) o Cloverfield (2008), la primera gran peli de CF rodada con cámara en mano. Origen (2010) y Tenet (2020), ambas de Christopher Nolan, abrieron y cerraron toda una década de maravillas que, probablemente, aún no hayamos podido asimilar del todo, aunque está claro que Gravity (2013) o Marte (2015) serían dos de sus indiscutibles puntos álgidos.

¿Y qué hay del futuro? Bueno, ni siquiera las mejores películas de ciencia-ficción han podido previsualizarlo sin cierto margen de error, así que quién sabe. Es de esperar que sea menos Idiocracia (2006) de lo que nos tememos, eso sí. Pero seguro que en él habrá cine de CF tan imaginativo, vibrante y esencial como en los más de cien años anteriores.

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