El silencio habitual de las noches de verano en el puerto de Lampedusa se rompió el pasado lunes 19 casi de madrugada. Decenas de cámaras y periodistas acudieron a la llamada en tierra del hombre que llevaba 18 días subido al remolcador con bandera española que había rescatado del cementerio del Mediterráneo Central a 163 personas que huyeron por mar de la prisión bélica de Libia. Todos los focos apuntaban a uno de los protagonistas informativos del verano. Al socorrista embarcado en una batalla humanitaria contra dos titanes: uno (Matteo Salvini) cojea por la derecha más extrema. El otro (Pedro Sánchez) da tumbos por la izquierda.
«Estamos secuestrados en alta mar mientras el Gobierno [de España] se pone de perfil y dice que no somos su problema», repetía Òscar Camps Gausachs (Barcelona, 1963) delante de los micrófonos. Horas antes, desde Madrid, la vicepresidenta Carmen Calvo ya había soltado el primer golpe: «No quiso entrar en Malta y se fue a Italia». El pulso dialéctico seguía mientras los inmigrantes atrapados a bordo se habían convertido en rehenes de una crisis política. Aquella noche hasta Lampedusa llegó la trágica noticia de un naufragio en las costas libias en el que se habría ahogado un centenar de personas. Pero los focos y las portadas seguían puestos en la situación enquistada del barco de Camps y en los dardos que se lanzaban unos a otros.
Esta es la historia de un hombre que quería ser dibujante y que ha acabado pescando a aquellos inmigrantes que Europa no quiere asumir. Muchos consideran a Òscar Camps un milagro sobre las aguas del Mediterráneo. Un gran tipo, impulsivo y con un fuerte carácter, que con su ONG (Proactiva Open Arms) ha salvado casi 60.000 vidas desde 2015. Todo empezó cuando la foto del cadáver del pequeño Aylan Kurdi en una playa de la costa turca sacudió la conciencia de este catalán y lo impulsó a dejar su cómoda vida en Barcelona y marchar a Lesbos (Grecia) para ayudar a los refugiados.
Pero, dentro del llamado tercer sector, el de las entidades sin ánimo de lucro, también hay voces (que piden mantener el anonimato) críticas con el papel protagonista que ha desempeñado Òscar Camps en toda esta crisis migratoria. Muchos no entienden por qué no desobedeció al ministro italiano, Matteo Salvini, y a su política de puertos cerrados. Por qué no desembarcó en Lampedusa -como hiciera en junio Carola Rackete, la capitana del barco Sea Watch 3- ante la situación desesperada que vivían los inmigrantes que llevaban semanas durmiendo en la cubierta de un barco. «Peleas constantes, discusiones a bordo, la tensión que se vive es insostenible», escribió el propio Camps en Twitter. Y era cierto. El cansancio (físico y psicológico) cada vez era mayor. Hasta una veintena de inmigrantes se llegaron a lanzar con el chaleco salvavidas desde el barco al agua intentando llegar a la costa de Lampedusa. Algunos ni siquiera sabían nadar.
Otros voluntarios de ONG, incluso alguno que ha llegado a trabajar con Camps en Proactiva, también hablan de la obsesión del empresario por «acaparar siempre el foco de atención» y de «orquestar campañas de marketing para recaudar dinero haciendo el vacío a otras organizaciones solidarias que operan en las mismas zonas que el Open Arms». Las quejas de los voluntarios se ciñen sobre todo a la época en la que Proactiva estaba en Lesbos, donde llegaron a rescatar a 32.573 personas (según los datos de la organización) desde que empezaron en septiembre de 2015. «El mismo fin, que es ayudar y salvar vidas, lo compartimos todos y da igual que lo haga uno que otro. Pero Camps siempre ha querido abarcar todo el protagonismo. Allí donde había una cámara, él estaba el primero. Llegaban pateras al norte de Lesbos y él mandaba a las otras ONG al sur para llegar ellos primero y así rescatar a todos», asegura un activista que ha estado trabajando como voluntario en Grecia. «Lo que más me ha mosqueado de la situación del Open Arms es que Camps vendía todo el rato que todos estaban en alto riesgo y aun así no desembarcaba. No tiene sentido a no ser que buscara estirar el pulso con Salvini», añade otro activista.
Esta es la huida del hombre que iba a ir a Grecia para llevar ayuda humanitaria pero que volvió a retomar los rescates en el Mediterráneo después de que su barco estuviera seis meses bloqueado por el Gobierno español por la prohibición de salir a aguas internacionales.
Otra imagen dramática, la de un padre y una hija ahogados en México cuando intentaban entrar en los Estados Unidos, volvió a empujar al mar a Camps pese a las advertencias del ministro Salvini. «En caso de desobediencia, arresto», aseguró el político italiano. Y Camps respondió con contundencia: «De la cárcel se sale; del fondo del mar, no».
El miércoles, horas después de que los 83 inmigrantes que quedaban a bordo del Open Arms desembarcaran en Lampedusa por orden del fiscal de Agrigento (Sicilia), fue la vicepresidenta en funciones, Carmen Calvo, quien cargó contra el Open Arms: «No tienen permiso para rescatar a personas en el mar», dijo Calvo, advirtiendo a Camps de que podrían enfrentarse a una dura sanción (de hasta 900.000 euros). Lo que no contó la vicepresidenta es lo que dice la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar: brindar auxilio a las personas que se encuentran en peligro de muerte en el mar es una obligación.
El director de Proactiva respondió a Carmen Calvo con firmeza: «A menudo no sé si habla ella de verdad o es Salvini el ventrílocuo».
A Camps nunca le ha temblado el pulso a la hora de plantar cara a quien haga falta. Siempre con la misma contundencia. Como cuando hace tres años fue al Vaticano para entregar al Papa un chaleco salvavidas de una niña siria de seis años a la que no pudo rescatar.
La otra vida de Òscar Camps está con su familia (es padre de tres hijos) en Tiana, un municipio en la sierra de la Marina, a 15 kilómetros de Barcelona. Su hija mayor, Esther, también socorrista como su padre, ya ha participado en varios rescates. Dentro del circuito de la Ciudad Condal, Camps, destacado nadador, ha desempeñado múltiples oficios: gerente de una agencia de alquiler de coches en Castelldefels, empleado en ambulancias de Badalona, coordinador de emergencias en Cruz Roja, socorrista en playas... En 1999 fundó su empresa (Proactiva Serveis Aquàtics S.L.) aprovechando el primer decreto que sacó la Generalitat que regulaba la presencia de socorristas en las piscinas. Más tarde ganaría un concurso para poder socorrer en las playas de Badalona. Veinte años después, los servicios de socorrismo de su empresa, que cuenta con más de 600 empleados, se han extendido por la costa catalana, la levantina, Baleares y Canarias.
En cambio, el empresario dejó hace tiempo la gestión de sus negocios en manos de sus socios y de su mujer, Camille Lacouture. Había aprendido a ver aquel mar Mediterráneo que le mostró por primera vez su abuelo de otra forma desde que llegara a Lesbos con un traje de neopreno y 15.000 euros para montar una ONG. Hoy cuenta con tres barcos (el remolcador Open Arms, el velero Astral y el pesquero Golfo Azzurro) y con un presupuesto de más de tres millones de euros (el 90% de donaciones privadas) para rescatar a los inmigrantes y refugiados que pretenden llegar a Europa por vía marítima.
Pero, como la mayoría de los héroes encumbrados, Camps también tiene sus detractores. Están principalmente los Salvini y Abascal que, desde una ideología de extrema derecha, acusan a Proactiva de trabajar en connivencia con las mafias que trafican con los inmigrantes. Este miércoles, el presidente de Vox presentó una denuncia ante la Fiscalía General del Estado contra el Open Arms por «colaboración con organización criminal para el tráfico de personas». Durante estas semanas, desde el partido de Santiago Abascal han apoyado la política del ministro Salvini de cerrar los puertos italianos. Y han defendido hasta la saciedad que el único puerto -por proximidad- donde debería haber ido el barco con bandera española era el de Túnez. Aunque lo que no explicaban es que en el país del Magreb los inmigrantes viven aglomerados en condiciones insalubres y están en un limbo legal que no les permite ni trabajar ni salir del país.
El discurso -incendiario- de Vox y de la Liga Norte de Salvini contra las ONG continúa con la acusación de que provocan el «efecto llamada» por su presencia en el Mediterráneo. No es cierto. Según datos del propio Ministerio del Interior italiano, sólo un 8% de todas las personas que han llegado a Italia por mar este año fueron desembarcadas por las ONG. «Todos sabemos que los habríais preferido ver agonizando o muertos», respondió Camps en Twitter a las críticas de un representante de Vox.
Estas últimas semanas, la crisis del Open Arms ha acaparado gran parte de la actualidad informativa desde que Italia y Malta rechazaran ofrecerles un puerto seguro para desembarcar, causando una crisis humanitaria (y política) en Europa. El desenlace no llegó hasta el martes por la tarde, cuando el fiscal Luigi Patronaggio, que ya había abierto una investigación contra Salvini por «presunto secuestro de personas», visitó el barco. Tras comprobar la desesperada situación en la que se encontraban los 83 inmigrantes (días antes ya habían desembarcado los menores y varias personas enfermas), ordenó incautar el Open Arms. El remolcador atracó poco antes de la medianoche en Lampedusa. Los inmigrantes salieron cantando el Bella Ciao y gritando aquello de Boza!, que en la lengua fula del África occidental significa victoria, que todo lo malo ya ha pasado.
Durante estos días, dentro del barco, entre sus 17 tripulantes Òscar Camps ha sido la cara visible. Únicamente pisaba tierra para dar alguna entrevista o comprar alimentos y agua. Fuera del mar, la batalla ha estado entre el cerrojo impuesto por Salvini y los bandazos del Gobierno español.
Desde el Ministerio de Fomento primero amenazaron con multar al Open Arms si continuaba con los rescates. La política que había emprendido Pedro Sánchez con el Aquarius, barco al que ofreció puerto en España tres días después del rescate, había desaparecido. Desde Moncloa dejaron claro que debían ir al puerto seguro más cercano, a sabiendas de la negativa de Italia y Malta de recibir a los inmigrantes.
No fue hasta el 15 de agosto cuando España se ofreció (junto con otros cinco países) para acogerlos, con la intención de que Salvini cediera y dejara al barco atracar en Lampedusa. No hubo suerte. Tres días después, el Gobierno ofreció el puerto de Algeciras y después el de Mallorca. Òscar Camps dijo no. La situación ya era bastante insostenible. En palabras del capitán del Open Arms, Marc Reig: «El barco no puede extender la navegación ni siquiera por una hora».
Fue entonces cuando Carmen Calvo aseguró en una entrevista que en realidad se negaron a atracar en Malta cuando tuvieron posibilidad. Algo que niegan desde el Open Arms. La solución final que tomó el Gobierno fue enviar un barco de la Armada, el Audaz, que llegó el viernes a Italia y tiene orden de traer a España a 15 de los rescatados.
El mismo viernes, en la playa de la Barceloneta, apareció un llamativo dibujo: Òscar Camps retratado como un santo con un inmigrante en brazos.
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