Los japoneses lo saben hace siglos: en su particular idioma, la palabra “crisis” está compuesta por dos caracteres, uno que significa “peligro” y otro que se traduce como “oportunidad”. Pero esta idea, que viajó por todos los rincones del mundo y desde entonces ha sido repetida hasta el hartazgo como una máxima de la vida y de los negocios, nunca se puso tan en evidencia como con la pandemia del Covid-19.
De repente, eso que venían machacando los speakers motivacionales en sus charlas y los autores de bestsellers en sus libros de management se hizo carne. En la Argentina, los emprendedores locales aseguran que, de alguna manera, un país como el nuestro, signado por vaivenes e incertidumbres, fue la escuela perfecta para esta prueba extrema y sin parangón. Sin embargo, también admiten que nada de lo que vivieron antes de 2020 los pudo preparar para lo que se vino.
A algunos de ellos la cuarentena los agarró con empresas ya maduras, establecidas, que tuvieron que repensar y actualizar para no morir en el intento. A otros, los sorprendió en plena etapa de lanzamiento de su proyecto, y se vieron forzados a reinventar sobre la marcha para no perder la carrera antes de largarse a correrla. Hubo también quienes, en lugar de caer en la frustración o desesperación generalizada, sintieron ganas de crear algo nuevo, a tono con los tiempos pandémicos. En todos los casos, hubo miedo e incertidumbre y adrenalina y coraje. Pero, sobre todo, una pasión por innovar que, contra virus y marea, triunfó.
Cuando irrumpió el Covid-19, Mamotest llevaba ya ocho años intentando revolucionar la salud con la telemedicina. La empresa B fundada por Guillermo Pepe se enfoca en detectar el cáncer de mama, ofreciendo telemamografías de ultra bajo costo a mujeres sin posibilidades geográficas y/o económicas de tener atención médica de calidad. ¿Cómo? Llevando mamógrafos digitales a provincias del Norte argentino y generando una red de profesionales que, desde cualquier punto del país –o del mundo– ven las imágenes y hacen su diagnóstico en tiempo real. Así, una mujer del Impenetrable chaqueño puede ser atendida remotamente por un médico experimentado y con la misma tecnología de punta del mejor hospital de Nueva York. Por esta innovación, Mamotest ha sido reconocida por las Naciones Unidas y la Universidad de Harvard.
“La cuarentena nos dejó patas para arriba, como a todo el sistema de salud. Cambiaron las prioridades y nuestros 14 centros se cerraron, sin perspectivas de apertura. Pero no nos paralizamos. Nos dimos cuenta de que esa tecnología que teníamos completamente desarrollada para otra aplicación podía atender a nuevas necesidades”, rememora Camila de Pamphilis, COO de Mamotest y destacada en febrero pasado como una de los 100 Visionarios en Salud por el Foro Internacional de Avances en Salud de Estados Unidos.
Mamotest montó una red solidaria de diagnóstico por imágenes para radiografías de tórax y pulmón, que funcionaba 24-7 y daba los resultados en 30 minutos. “Por entonces, ni había PCR y, si bien nuestro sistema no confirmaba el Covid-19, servía a modo de triage para detectar neumonía, enfermedad asociada a la presencia del virus”. Más de 300 radiólogos aislados en sus casas se anotaron como voluntarios para esta iniciativa, que ayudó a que hospitales de España y Latinoamérica (incluso uno en el medio del Amazonas) aceleraran tiempos, bajaran costos y evitaran colapsos.
“Hace años que sabemos el valor que tiene el diagnóstico por imágenes a distancia, pero su adopción venía muy lenta. La pandemia hizo que los centros de salud se vieran obligados a digitalizarse e innovar”, reflexiona la COO, quien además cuenta que, con una empresa de Inteligencia Artificial, crearon un algoritmo para analizar los datos recabados y, a futuro, esto ayudará a entender mejor qué significó el Coronavirus para la salud de la humanidad. “Pudimos usar esta crisis como oportunidad para demostrar lo que podemos hacer y cómo pensamos la medicina: el paciente tiene que ser el centro, y eso nos lleva a buscar soluciones que usen la tecnología para escalar y acelerar los ritmos, pero siempre con un enfoque humano”.
La empresa, de todos modos, no cambió su foco. Ni bien Mamotest pudo reabrir sus centros, logró revertir una triste estadística: mientras que la cantidad de mamografías en Argentina descendió un 70% desde marzo de 2020, en sus pacientes, la baja fue solo del 30%. Además, acaba de recibir US$ 1,6 millones de inversión por parte del laboratorio estadounidense Merck & Co. y lanzó su operación en México. “El cáncer de mama no espera y la pandemia no puede ser un stand by”, concluye de Pamphilis.
“Me dediqué a vender telas de camisas toda mi vida. Antes de la pandemia, algunas de las mejores marcas de ropa del país nos compraban unos 120.000 metros de tela por mes. Era como llenar 12 veces al año un estadio de River”, cuenta Damián Schuchner sobre la empresa textil de su familia, y remata: “¿Quién compra una camisa de vestir ahora? Nadie. Eso me generó la incomodidad –y, también, la libertad– de buscar algo distinto”.
Así fue como, a los 48 años, Damián se encontró con las ganas de emprender algo nuevo, al tiempo que lidiaba con la particular dinámica que le impuso la cuarentena a él, a su pareja y a sus hijos: trabajo, estudio y ocio, todo junto, todos juntos, a toda hora. El caos de grupos de WhatsApp (uno con los padres del colegio, otro con los docentes, también chats con el apoyo escolar y el profesor de karate de su hijo) le hizo notar que no existía una forma de resolver de manera sencilla y “en un solo click” toda la logística de tomar una clase virtual, desde elegir al profesional y agendar una fecha hasta hacer el pago online.
Ese fue el germen de Stream In, que se lanzó a principios de julio pasado como “el primer marketplace que permite compartir servicios y experiencias de forma rápida, simple y segura en vivo a todo el mundo”. Damián pensó este proyecto con mirada inclusiva: “Lo que uno sabe, al resto del mundo le puede servir. En nuestra plataforma, un maestro de matemáticas en silla de ruedas puede dar la misma o una mejor clase que otro. O un psicólogo argentino puede atender a un paciente en España o donde sea. O una mamá que se pasó un mes en la terapia intensiva junto a su hijo internado en un hospital puede compartir su experiencia con otra que está por pasar lo mismo”, se entusiasma.
Pero a Damián le faltaba alguien que pudiera desarrollar la pata tecnológica. A través de un amigo, conoció a Gonzalo Agüero. La primera reunión que tuvieron fue por videollamada. Cuando se asociaron, todavía no se habían visto cara a cara. Gonzalo confiesa: “El planteo inicial fue: ‘Bueno, vamos viendo, no nos pongamos tan de acuerdo porque quizás en dos semanas no nos gustamos más, pero en el tiempo que pasemos juntos vamos a haber aprendido el uno del otro’”.
Hasta ahora, se vieron personalmente unas cinco veces, aunque ya llevan casi un año de trabajo 24-7 e infinidad de horas de videollamadas compartidas. Además, a menos de un mes de su lanzamiento, Stream In ya contaba con más de 550 servicios disponibles. Damián cierra: “Creo que, con la pandemia, aprendimos a necesitar menos. Y ahí te podés permitir cosas que antes no te hubieras animado a hacer. Así como nosotros nos transformamos, la idea es que Stream In brinde la posibilidad de una segunda oportunidad”.
Si a Tomás Manzitti y Nicolás Parziale le hubiesen dicho en julio de 2019, cuando fundaron Intuitivo, que el primer lanzamiento de su empresa sería en Brasil, durante el peor pico del Coronavirus de 2020, sin poder viajar a comprobar por ellos mismos el funcionamiento de su novedoso sistema y trabajando a distancia con un proveedor con el que nunca antes habían trabajado para ponerlo a punto, habrían creído que eso era toda una odisea difícil de ejecutar, pero ¿imposible?, jamás.
Es que ambos ya llevan más de una década emprendiendo en distintos proyectos y si algo les enseñó la experiencia es que todo se resume a “adaptarse o morir”. El Covid-19 volvió esa máxima en exceso real y amenazante. “Se dice que emprender es una montaña rusa emocional, pero la pandemia fue un baldazo. Estábamos en plena etapa de investigación y desarrollo cuando llegó la cuarentena. Primero, la incertidumbre. Después, el freno de ese mes y medio inicial que, para una startup incipiente como la nuestra, era una cuestión de vida o muerte. Pero, relativamente rápido, las empresas a nivel global empezaron a buscar proyectos que apuntaran a la venta directa, y ese es el corazón de nuestra tecnología”.
Así resume Tomás los primeros meses post marzo 2020 para la startup argentina que desarrolló una solución grab & go para que marcas como Coca-Cola y Arcor tengan puntos autónomos de venta en la calle en los que el usuario, con solo mostrar su teléfono con un medio de pago digital habilitado mediante QR, puede tomar el producto que quiere e irse con él sin más. Y es que la tecnología de Computer Vision de Intuitivo hace que una cámara de seguridad pueda reconocer movimientos y productos, indicando al sistema qué se llevó la persona y cuánto debe debitar automáticamente de su billetera virtual.
Vendría a ser la evolución de las máquinas expendedoras (que, en Latinoamérica, nunca llegaron a ser furor como en Estados Unidos, Europa o Japón), sumando la misma innovación que aplica Jeff Bezos, dueño de Amazon, para sus “supermercados sin cajas”. Sin embargo, los emprendedores argentinos se dieron cuenta de que era necesaria una vuelta de tuerca más. Por eso, en lugar de apostar a gran escala e invertir en un hipermercado, arrancaron por puntos de venta uno a uno. “El retail físico se va a transformar fuerte con este tipo de tecnologías, que además nos van a permitir conocer los patrones de compra de la gente. Hacia ahí va nuestra tecnología, pero empezamos por este modelo más acotado que, además, no existe prácticamente en ningún otro lado del mundo. Y ya estamos desembarcando en Estados Unidos”, revela Manzitti.
Como en el amor, cuando de innovar se trata, el timing es un factor crucial. El francés Alex Boccara y el belga Gaspard Hambückers chocaron contra esta realidad en marzo de 2020. En febrero, habían reunido US$ 500.000 para lanzar Kitchenita, su concepto de dark kitchens (cocinas secretas) que pretendia revolucionar la forma en que los restaurantes ofrecían delivery. Pre cuarentena, estos extranjeros que se conocieron en Buenos Aires aseguraban que había una gran oportunidad para los gastronómicos porteños: desarrollar una unidad de negocio específica para las apps de comida, en lugar de pensar el envío a domicilio como una operación secundaria a la de la experiencia in situ.
Mediante una dark kitchen que funcionara fuera del local, un restaurante exitoso en Recoleta, por ejemplo, podría expandirse a otros barrios, al tiempo que eliminaría la incomodidad de tener a comensales y repartidores apiñados en un mismo lugar. Kitchenita, al mejor estilo coworking, ofrecería la posibilidad de alquilar espacios compartimentados de cocina en un gran complejo totalmente equipado.
Era una gran idea, hasta que llegó el Coronavirus y todos los restaurantes del mundo se convirtieron forzadamente en dark kitchens: Kitchenita ya no tenía razón de ser. Para Alex y Gaspard, la sensación de tocar fondo duró menos de 24 horas: “Nos dimos cuenta de algo increíble: que el delivery es un negocio muy distinto a la gastronomía tradicional en cuanto al proceso de producción y su optimización. Con el encierro, cada vez más gente pedía comida, pero tenía que esperar hora y cuarto para abrir un paquete con su plato semi frío. La oportunidad era crear marcas gastronómicas nativas para delivery, con pedidos que llegan en 20 minutos y un packaging impecable”, explica Boccara.
Kitchenita metió ingenieros de procesos y especialistas en data science en sus cocinas secretas, y el resultado fue impresionante: ya crearon 35 marcas (desde una 100% plant based hasta otra de empanadas salteñas junto a Fernando Trocca), que se ofrecen en diferentes barrios según lo que la cruza de datos de apps como Rappi y Google Maps les indica que falta (por ejemplo, “no hay pizzerías con cinco estrellas en Almagro”). “Nuestro enfoque es lo contrario a lo que se viene haciendo en la gastronomía desde el principio de la humanidad: lanzamos una marca sin invertir mucho y no forzamos al mercado a que le guste. Si alguna no funciona, a las pocas semanas la damos de baja sin perder reputación y desarrollamos una nueva”.
De 47 lanzamientos, solo 12 marcas se dieron de baja y, a los dos fundadores, ya se sumaron 35 empleados. Ahora, Kitchenita prepara su desembarco en Santiago de Chile. Al final, resultó ser el timing perfecto.
“Somos a prueba de pandemia”. Esa es la conclusión de Sebastián Prado después de más de un año de nueva normalidad con Oh! Wear, la empresa que fundó junto a su amigo y odontólogo Joile Álvarez Castro en 2009. Diez años atrás, cuando se les ocurrió la original idea de crear una marca que fusionara el mundo de la moda con el de la salud y ofreciera ambos de diseño (con modelos llamativos, telas más cómodas, diferentes colores y estampados), pensaron que la mayor innovación ya estaba hecha. Con el Covid-19, se dieron cuenta de que tendrían que reinventarse casi a diario.
“El Coronavirus fue el desafío más grande que tuvimos. En la Argentina, el contexto siempre cambia y eso es por demás complicado, pero 2020 puso todo a prueba. Ni bien arrancó la cuarentena, sufrimos un cierre total por dos semanas, sin información de nada, con 30 empleados en sus casas y una incertidumbre enorme. Los médicos nos escribían porque necesitaban ambos y camisolines. Hoy parece de ciencia ficción, pero no pudimos despachar ni un pedido hasta que nos dimos cuenta de que éramos esenciales y arrancamos. Los empleados que se animaban a venir a la oficina eran héroes”.
Oh! Wear tuvo que establecer protocolos y extremar recaudos en un momento muy inicial de la pandemia, cuando faltaba información y experiencia. “Perdí la cuenta de cuántas reuniones tuvimos acerca de cómo cuidar a nuestros empleados. Teníamos que seguir funcionando y tomar decisiones difíciles”. En paralelo, las ventas online explotaron y hubo que mejorar los tiempos y la calidad de las entregas, entendiendo que lo que vendían era mucho más que un uniforme “con onda”: eran parte esencial del trabajo diario del cada vez más exigido personal médico. “De repente, la demanda de camisolines se disparó y tuvimos que hacer más variedad de talles y modelos. También lanzamos Biotec, una línea de ambos confeccionados con una tela argentina antibacterial, diseñada para inhibir al virus SARS-Cov 2 con un 99,83% de eficiencia en tres minutos”, cuenta Sebastián.
Los talleres textiles no siempre pudieron operar con normalidad. Cuando faltaron productos, Sebastián no tuvo reparos en salir por Stories de Instagram para explicar qué es lo que pasaba. Además, Oh! Wear implementó descuentos para los profesionales de la salud que tenían que cambiar de ropa varias veces al día y, cuando les sobró stock, lo donaron a centros de salud públicos. “La pandemia nos sirvió para redefinir prácticas, rever procesos y ser más eficientes y productivos. Aprendimos a no dar nada por sentado. Pero, también, ganamos empatía. Hoy, si un proveedor nuestro se atrasa, no es cuestión de pararse desde el ‘solucionalo o fuiste’. Hay que comprender que la gran mayoría de los negocios la está peleando, y que mañana puede que le toque a otro bancarte a vos. No podemos darle la espalda a esto que nos sucedió a todos”.
“Hicimos algo que no existía. Somos como un supermercado de productos financieros. La persona entra a nuestra plataforma, ingresa unos pocos datos personales y en 30 segundos le decimos qué préstamos le pueden dar los bancos. Y, si todo sale bien, en una hora como máximo puede tener ese monto en su cuenta. En definitiva, cambiamos la forma de pedir plata”. Quien habla es Julián Sanclemente, cofundador de Alprestamo, empresa argentina que ahora ya opera también en Uruguay, México y España.
Alprestamo existía antes de la pandemia, pero el contexto generado por el Covid-19 la aceleró exponencialmente, tanto porque de repente hubo muchas más personas que necesitaban dinero a corto plazo para llegar a fin de mes como por el hecho de que –con la circulación restringida y los bancos atendiendo de manera limitada– los trámites online se dispararon. De marzo de 2020 a junio de 2021, el marketplace creció más de un 500% en cantidad de clientes y sumó 15 empleados (que fueron contratados, claro está, por Zoom).
“Duplicamos el personal y fue una linda sensación sentir que podíamos darle trabajo a la gente en un momento tan duro. De todos modos, liderar por pantalla fue todo un desafío. La incertidumbre de emprender en Argentina es enorme y, con pandemia, mucho mayor todavía. No queda otra que ser aún más flexible. Estamos viviendo un momento que nunca antes vivimos”, reflexiona Sanclemente, y agrega: “Para nosotros, todo esto fue un bidón de nafta que nos motivó y nos llevó a creer aún más en nosotros y en lo que venimos a ofrecer. Porque, con todo el mundo en contra, explotamos. Ahora, sentimos que podemos seguir apostando y que no tenemos techo”.
Si la pandemia significó la explosión del e-commerce (porque todos los locales y marcas estuvieron obligados a vender online), entonces lo que experimentaron las empresas de logística de la última milla (es decir, las que ofrecen el servicio envío de esos productos vendidos por Internet) fue directamente una Supernova. Y puede que no haya caso más destacado en nuestro país que el de Treggo, fundada por Matías Lonardi, Nicolás Torchio y Joaquín Wagner. Es que su app, lanzada en 2016, venía creciendo de manera sostenida, pero jamás se imaginaron que podría quintuplicar sus ingresos en menos de un año. Y mucho menos que se transformarían en un socio estratégico de MercadoLibre.
“Cuando arrancó la pandemia, ya teníamos unos 300 clientes de rubros como electrónica, indumentaria y farmacia. Este último era clave que siguiera activo, pero no estábamos seguros de poder circular: leíamos los DNU y no estaba del todo claro si éramos considerados esenciales. Llegamos a hacer simulaciones financieras que decían que solo podríamos soportar dos meses si no entraba ningún peso”, confiesa Lonardi.
Afortunadamente, pocas semanas después del anuncio de la cuarentena, se habilitó la mensajería. Cuando las ventas online empezaron a crecer y otras empresas de logística más establecidas y tradicionales empezaron a saturarse, Treggo se posicionó como una alternativa más que interesante: las demás solían tener tiempos de entrega de 7 a 10 días, mientras que la startup, gracias a su lógica de conectar clientes directamente con repartidores libres en ese momento, garantizaba los envíos en el mismo día. “Mentiría si no dijera que no sentimos miedo. Nos preguntábamos: ¿vamos a poder tomar todo este volumen o nos vamos a meter en un problema que jamás imaginamos? En paralelo, pasar a trabajar cada uno en su casa y ampliar el equipo de manera virtual fue un enorme desafío cultural”, sigue el emprendedor, cuyo rol de CEO se vio completamente transformado. “Antes, escuchaba a otros líderes decir que lo más importante era el equipo y no dejaba de parecerme una frase hecha. En el fondo, yo pensaba que, como dueños, nosotros tres podíamos solucionar cualquier cosa. Este último año y medio me demostró que, aunque suene cliché, es así: el talento es clave y hoy mi foco está en buscar personas que sean mucho mejores que yo, para poder delegar y confiar”.
La estrategia funcionó: el personal se triplicó, las entregas anuales crecieron un 600% y la app se lanzó en Uruguay, México y Colombia. “Fue una locura linda que nos cambió el negocio. Innovar tiene que ver con transformar, y la pandemia nos obligó a todos a transitar en este camino. Para nosotros, fue clave respirar y sentir tecnología. Sin ella, no podríamos operar”.
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