Recuerda con precisión el día en que su hijo logró explicarle que quería convertirse en un profesional de los deportes electrónicos. Las competiciones de videojuegos que para las nuevas generaciones -Centennials (nacidos entre 1994 y 2010) y Alfa (de 2010 en adelante)- resultan más convocantes que los deportes tradicionales. “Una noche subí a su habitación con una bandeja de comida y me contestó que se la dejara afuera. Se me salió la cadena… En ese momento, en su cabeza, dejé de ser el padre para convertirme en un empleado. Además, era una muestra de su desconexión con la realidad. Pateé la puerta y él pegó un salto que lo hizo largar la computadora. Pensó que lo iba a cagar a trompadas”. Aquella noche marcó un punto de inflexión en el vínculo entre Rodrigo Figueroa Reyes (54) y su hijo Jerónimo (21).
El día de la patada en la puerta Jerónimo estaba en la casa de su papá (sus padres se habían separado), un duplex con vista al río en el barrio cerrado Bahía del Sol, en la zona norte del Gran Buenos Aires. La planta alta, que en el diseño original era una sala de recreación, se había convertido en su habitación. Como era un espacio común, no tenía puerta. Le agregaron una no muy pesada cuando la adolescencia de Jerónimo reclamó privacidad.
“Llegó un punto en el que Jero se puso muy demandante. Subime ésto, ayudame, cociname… y yo, que era una mezcla de padre atento y un poco culposo por laburar mucho, le hacía caso. Cocinaba para los dos, subía y me quedaba hablando con él”, cuenta Rodrigo, reconocido publicista argentino, ganador de múltiples Leones (los Óscar de la publicidad) en el Festival de Cannes.
"Los torneos generan tanta presión que en un momento te das cuenta de que no tenés vida, porque para competir entrenás diez, doce o más horas". Jerónimo Figueroa Reyes.
El pedido de su hijo para que le dejara la comida en la puerta le agotó la paciencia, pero también abrió un nuevo camino: “Jero se la pasaba encerrado, gritaba, no te daba bola… Ese episodio ayudó a que pudiera explicarme lo que le pasaba. Se quejaba de que no lo entendíamos, hiperventiló, hasta que pudo decirme que quería dedicarse a esto, que lo apasionaba porque veía un negocio”.
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Jerónimo había dado sus primeros pasos como gamer a los 6 años en Club Penguin, un mundo virtual con una gran variedad de juegos y actividades para chicos. Cuando en 2017 se lanzó Fortnite, que se desarrolla en una isla en la que se compite para ver quién es el último jugador o equipo en pie, su pasión se convirtió en algo serio.
Rodrigo comprendió que su hijo pertenecía a una generación que se relacionaba diferente: “Me decía que quería ir a jugar a la casa de un amiguito, y el nombre a mí no me sonaba de ningún lado. No era de la escuela ni del club. Era alguien que había conocido jugando online. Yo lo llevaba, me presentaba ante los padres, que tampoco conocían a Jero, veía que todo estaba bien y lo dejaba. Al principio me quedaba cerca tomando un café hasta que llegaba la hora de ir a buscarlo”.
También lo acompañaba a torneos (aunque se juega online, muchos eventos competitivos de esports son presenciales) e incluso recuerda haberlo llevado a la casa del streamer (como se conoce a quienes transmiten sus juegos a través de plataformas como Twitch) más popular de la Argentina: Martín Pérez Disalvo, alias Coscu.
Lo acompañaba, pero hasta el día en que pateó la puerta de la habitación, pensó que se trataba de algo pasajero.
Rodrigo Figueroa Reyes y María Luz Delgui, los padres de Jerónimo, se habían conocido a principios de los ’90 en la agencia de publicidad Pragma FCB. Rodrigo sigue en la industria, pero Luz se dedicó a la política: trabajó para Francisco de Narvaéz y llegó a ser directora general de Audiencias de la Presidencia durante la gestión de Mauricio Macri. La pareja esperó a que Jerónimo (que nació el 19 de octubre de 1999) cumpliera un año para casarse. En una imagen de la fiesta se lo ve, un rubio bebé de pelo lacio, flequillo, camisa blanca y chaleco, en brazos de la novia, su mamá.
Luz y Rodrigo se separaron cinco años más tarde.
Los primeros tres años de Jerónimo transcurrieron en un departamento en Vicente López. Una vez separada, Luz se mudó al Bajo de San Isidro, a unas cuadras de la Catedral. Jerónimo fue al jardín de infantes Storyland Playschool de Acassuso, y más tarde hizo toda la primaria y la secundaria en el Colegio Marín. Hasta los 15 años jugó al rugby en el Club Atlético de San Isidro (CASI).
"Tiene 21, es chico aún, pero gana su propia plata desde los 17 años gracias a los juegos”, dice Luz, la madre de Jerónimo.
“Es algo distinto y al principio me costó mucho entenderlo. Para mí, Jero tenía que ir al colegio, pero de repente me decía que tenía un torneo… no sé, un martes desde las 11 de la noche hasta las 2 de la mañana. O era el cumpleaños de sus abuelos o de algún tío, y él decía que no podía ir porque tenía que competir. Yo no entendía. ¿Cómo…? Jugá después…. Pensaba que se trataba solo de un juego, y hoy me doy cuenta de que es lo que Jero eligió, de lo que labura”, relata Luz, la mamá.
Luz y Jerónimo vivían en un barrio cerrado en el Bajo de San Isidro: casas parecidas de tres pisos, sin mucha distancia unas de otras, parque al fondo con pileta, salón de usos múltiples y garitas de seguridad. “Mi hijo de 13 años jugaba a los gritos hasta las 3 de la mañana torneos online. La vecina se quejaba y yo al día siguiente tenía que ir a laburar, con toda la responsabilidad encima. Era un tema y yo decía, ‘¿qué es esto?’”.
Rodrigo y Luz identifican los ataques de ansiedad y la poca tolerancia a la frustración como denominadores comunes entre Jerónimo -único hijo de parte de los dos- y otros chicos de su edad. “Son la generación de la gratificación instantánea porque todo lo tienen a un clic. Si no se les da algo, ya empiezan a hiperventilar”, describe Rodrigo. O a romper. Luz recuerda un monitor roto y una excusa poco consistente de su hijo: “Moví el pie y se cayó solo”.
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“Le compraba una computadora, por ejemplo, y que durara lo que tuviera que durar. Rompés un monitor porque te agarró un ataque de ira… bueno, no hay más monitor. No tenía la posibilidad de comprar monitores todo el tiempo. Lo que usan para jugar es muy caro y siempre sale algo nuevo”, era la postura de Luz. El papá adoptaba una idea diferente: “Jero lo llamaba y le decía que la compu se había caído, o lo que fuera. Rodrigo insultaba un poco y después le compraba una nueva. A pesar de habernos separado, siempre nos llevamos bien, pero en este punto no coincidíamos”. Sin embargo, ella hoy reconoce que la complicidad con su padre le permitió a Jerónimo profesionalizarse en lo que le gusta: “Tiene 21, es chico aún, pero gana su propia plata desde los 17 años gracias a los juegos”.
Se pronuncia hidra en español. Se escribe Hydr4. Es el alias que Jerónimo Figueroa Reyes eligió para el universo online. El asegura que el nombre no tiene un significado especial. Un día vio un posteo en Facebook que invitaba a los usuarios a crear su propio apodo y allí surgió HydrasNation, que luego evolucionó a Hydr4. “Empecé con el stream en 2013. Recién a partir de 2014 lo mantuve constante. Cuando el Fortnite nos pegó como un boom, entre finales de 2017 y principios de 2018, empecé a vivir de esto. Mi primer ingreso fue un sueldo de Twitch, y con esa plata invité a comer a mi vieja y a su familia”, cuenta.
Twitch, la plataforma de Amazon, comenzó a operar con el objetivo de transmitir partidas de videojuegos en vivo, y luego se diversificó. Los streamers o generadores de contenido tienen dos fuentes de ingresos: las suscripciones y la publicidad. Cada cuenta tiene seguidores. Del total de seguidores, un porcentaje está dispuesto a pagar una suscripción porque le interesa un contenido específico. Hay varios tipos de suscripciones, la mínima cuesta cinco dólares por mes. Lo recaudado se reparte 50/50 entre Twitch y el generador de contenido.
“Hydr4 tiene más de 130 mil seguidores. Imaginemos que mil son suscriptores; son cinco mil dólares por mes. Es decir, él se queda con un ingreso de dos mil quinientos dólares mensuales. Aunque fueran 700 suscriptores, es buena guita. Además, si la transmisión que hace convoca a una audiencia importante, recibe un porcentaje de la publicidad”, explica Rodrigo. Para tener una idea del nivel que puede alcanzar una figura de esta industria, basta con un ejemplo: la actual estrella del streaming en español, el vasco Ibai Llanos, acordó con Twitch recibir el 70 % de los ingresos por suscripción. Su canal tiene más de seis millones y medio de seguidores.
Ese sueldo de Twitch abrió el camino para que su familia lo entendiera. Su mamá pasó de pensar que solo se trataba de un juego a ayudarlo a insonorizar su habitación para que pudiera stremear más cómodo, y la convivencia con ella y los vecinos se desarrollara en paz. Su papá conectó a los deportes electrónicos con el mundo publicitario y creó una nueva unidad de negocios dentro de su agencia, y lo eligió a él, a Hydr4, como socio. Desde ese día, además de trabajar junto a su padre, Jerónimo se dedicó a entrenar para competir.
“Con mi propio equipo, compitiendo en ligas principales de Estados Unidos de todos los juegos”, así proyectaba Jerónimo su carrera en 2019, cuando se incorporó Movistar Riders, uno de los clubes de esports más importantes de Europa. Ese año decidió radicarse en Madrid, en principio por tres meses, para entrenar y aprovechar la calidad de los servidores de internet y la mejor velocidad de conexión disponibles en ese país.
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Con su hijo en Madrid, Luz vio la oportunidad de cambiar la política por la industria turística. Dejó su puesto en la Casa Rosada, compró una posada en el Morro de São Paulo y se mudó a Brasil. “Me costó, pero hoy soy su fanática número uno. Si compite en un torneo me meto en Twitch para ver cómo juega, cómo le va. Vivo en una isla y no siempre hay buen wifi. Recorro todo el lugar con mi telefonito en busca de señal para verlo”, admite. “Jero se fue a Madrid por tres meses y se terminó quedando. Rodrigo también se instaló y maneja la agencia desde allá”.
Quizá fueron esos cambios, quizá la exigencia de la competencia, o la exposición en redes sociales. O todo junto. Lo cierto es que algo comenzó a pesar. “Los torneos generan tanta presión que en un momento te das cuenta de que no tenés vida, porque para competir entrenás diez, doce o más horas. De repente vi que jugaba, sacaba a pasear al perro una vez por día, y nada más. Por eso decidí dejar de competir y dedicarme a la creación de contenido. Sigo jugando, pero sin la presión de un torneo”, comenta. Su perro Black, un caniche toy negro de diez años, lo acompañó en su mudanza de Buenos Aires a Madrid.
Al recordar sus inicios como Hydr4, Jerónimo hace un mea culpa: se arrepiente de su impulsividad. No menciona a nadie en particular, pero una búsqueda rápida en redes sociales conduce a varios intercambios poco amigables con el popular streamer argentino Coscu, que tiene 2.9 millones de seguidores en Twitch y es líder de la comunidad que lleva su nombre, la Coscu Army. El último pase de factura público no es muy lejano, fue en abril por Twitter. Jerónimo sostiene: “esta es una industria en la que se madura rápido y sin red”.
En Madrid, Rodrigo y Jerónimo encararon uno de sus primeros trabajos como socios empresariales: “Not a game”, un documental que se estrenó en 2020 en Netflix.
Para esquivar la presión de la competencia y de la exposición decidió no subir contenido a su canal con regularidad. Su mamá recuerda una visita reciente a Madrid: “Fui en enero y hacía un tiempo largo que él no stremeaba. Un día decidió hacerlo y me pidió que me fuera a otro cuarto. No quería que lo mirara. Desde el otro lado de la puerta pude escuchar cómo se divertía. Así como es él, ácido, picante a veces. Dice cosas y no sabés si son ciertas o mentiras. Su comunidad le pide que vuelva a stremear. Yo creo que es un excelente creador de contenidos y va para ese lado, pero hay que sostener eso todos los días”.
La agencia de publicidad que lidera Rodrigo tiene oficinas en varios países. En 2019, cuando su hijo decidió probar suerte en España, él hizo lo mismo. Los dos primeros años vivieron cada uno en un departamento a cinco cuadras de distancia, en la zona del parque del Retiro. Allí encararon uno de los primeros trabajos que padre e hijo hicieron como socios empresariales: “Not a game”, un documental que coprodujeron con Movistar+ y que se estrenó a comienzos de 2020 en Netflix. Narra historias con puntos en común con la suya: la película explora lo que representan los esports para las nuevas generaciones y la mirada de sus familias.
Decidido a surfear el sube y baja emocional de la pasión que eligió como fuente laboral, Jerónimo empezó el año pasado una terapia a distancia con una psicóloga argentina. Hoy asegura que se siente mejor y que encontró un lugar en Fnatic (se pronuncia fanatic), una organización profesional de deportes electrónicos con sede en Londres. Se sumó como creador de contenidos. “Realmente me entienden y apuestan por mí”, se alegra.
Sin embargo, padre e hijo siguen trabajando juntos en FiReSPORTS y volvieron a convivir. Sobre el trabajo con su papá, Jerónimo dice: “Es bueno. Hay una confianza que tal vez es más difícil con un compañero de trabajo porque te puede comprometer. El único problema es que somos muy iguales y chocamos”. En palabras de Rodrigo: “Él tiene una visión muy clara y es muy enfocado a pesar de su edad. Desde chiquito siempre tuvo mucha disciplina para lograr lo que quiso y la capacidad de ver lo que está por venir. Es perseverante, va para adelante y lo hace. Lo malo es que tiene un carácter de mierda como yo”.
La mirada de Luz sobre la relación laboral entre padre e hijo ilumina un equilibrio: “A Rodrigo lo respaldan la experiencia y el reconocimiento, pero tengo que decir que hoy tiene la empresa que tiene gracias a que Jero lo metió en el mundo de los esports. Él sabe mucho de marcas, pero los deportes electrónicos son un mundo nuevo al que llegó gracias a Hydr4”.
Los premios que ganó la agencia de publicidad de Rodrigo, FCB&FiRe, por “Unboxing”, un corto para Playstation y Netflix protagonizado por Ibai Llanos, son la prueba de que la sociedad por ahora funciona. La unidad de negocios FiReSPORTS acaba de lanzar, además, la revista mensual impresa “Latin Power”, un espacio para destacar a las figuras latinoamericanas de los esports.
Padre e hijo, ahora socios, cambiaron los departamentos del parque del Retiro por una casa en el barrio residencial madrileño Arturo Soria. Para Rodrigo “es como un San Isidro en Madrid”, solo que más cerca del centro de la ciudad. Se llega a la Gran Vía luego de una caminata de una hora. En una foto reciente se los ve de espaldas, caminando en ropa deportiva por una calle del nuevo barrio. Uno luce una cabellera color castaño oscuro; el otro, canas. El hijo abraza al padre.
En el final Rodrigo hace un tour virtual por la casa: “Es grande, si no querés ni te cruzás, pero convivís. En la planta baja están mi despacho, una cocina y un living con vista al jardín. Yo duermo en el primer piso, y Jero en la sala de recreación. Ahí entran su cama, sillones, una mesa grande y otra ratona. Está armado como si fuera un departamento aparte, pero sigue siendo un espacio común y abierto. A él ya no le importa que no tenga puerta”.
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