Toda historia tiene un comienzo y esta tuvo su punto de partida el 25 de agosto de 2012, en el instante mismo en que Ricardo “Ricky” Paniagua y Brenda Delgado cruzaron sus caminos y sintieron el flechazo de Cupido. Solo, que en este caso, Cupido andaba distraído y no disparó sus flechas con punta de oro para contagiar amor (esas que le regaló su madre Venus según el mito) sino que habría usado las de punta de plomo que infunden lo contrario.

Amor instantáneo

Brenda Berenice Delgado Reynaga (nacida el 18 de junio de 1982, en México) había tenido un origen muy humilde. Luis, su padre, obrero de una fábrica en el centro de México, decidió que su familia merecía un mejor destino y se mudó con su esposa María y sus cinco hijos a la ciudad de Dallas, Texas, en los Estados Unidos. Se instalaron en una modesta casa en el sureste de la ciudad. Luis consiguió trabajo en la construcción; María halló empleo en una oficina postal y, además, se dedicó a limpiar casas.

Brenda, que era la segunda de los cinco hijos de la pareja y la única mujer, fue una excelente alumna. Al terminar el secundario, si bien soñaba con estudiar medicina, sus padres no pudieron hacer frente a la matrícula de la universidad. Así que trabajó como moza en un restaurante y en una florería mientras asistía a la iglesia evangélica del barrio.

Cada tanto salía con sus amigas. Le gustaban los restaurantes de moda y fantaseaba con vestirse como las jóvenes que concurrían a esos sitios. Pero no podía permitirse ni vivir sola ni salir de las marcas de ropa masiva. En el año 2012, consiguió mudarse con una pareja amiga. Por esos meses se bajó en el celular un par de aplicaciones para citas. Así fue como Brenda con 30 años conoció a Ricky de 38.

Ricky Paniagua nació en California y a pesar de no haber tenido una infancia fácil (se crió en un pequeño bungalow) con esfuerzo terminó graduándose en la prestigiosa escuela médica de Stanford. Se casó, pero la cosa no anduvo. En 2011, ya en el proceso final de su divorcio, se mudó a Dallas para completar su residencia en dermatología en el Southwestern Medical Center de la Universidad de Texas. Flaco, de pelo oscuro y corto peinado hacia atrás, se lo veía como un hombre serio, tranquilo y reflexivo. Cuando en la aplicación de citas descubrió a la bella morocha mexicana quedó deslumbrado.

Concertaron la primera cita para el sábado 25 de agosto de 2012, en el American Airlines Center, a las 19.30. Ricky la había invitado al concierto de Jennifer López.

Con su metro sesenta y cinco de estatura, su largo y espeso cabello oscuro, sus ojos almendrados y un carácter entrador a Brenda no le costó conquistar al prometedor doctor. Ella también resultó encandilada por ese médico con un brillante futuro. Lo vió tierno y parecido a David Schwimmer, el actor que encarnaba al personaje Ross en la exitosa serie Friends. Era el candidato perfecto.

Matrimonio en el horizonte

En noviembre, solo tres meses después de su primer encuentro, Brenda se mudó con Ricky. Él tenía un departamento con mucho estilo en Fitzhugh Urban Flats, muy cerca del barrio en el que ella siempre había soñado vivir. Se lo presentó a sus padres, María le cocinó y Ricky intentó hablar español con ellos. La relación florecía.

En abril de 2013, Brenda posteó en las redes: “Feliz cumpleaños para el hombre más alucinante e inteligente que conozco. Ricky, juntos compartimos tanta felicidad, sos mi mejor amigo, te amo con todo mi corazón y no puedo imaginar mi vida sin vos”.

Dos meses después quedó embarazada. El cimbronazo llegó después de comunicárselo a Ricky. No se sabe qué dijo él, pero Brenda se realizó un aborto y no le contó nada a su familia. Hizo catarsis escribiendo un mensaje para sí misma en Notas, en su teléfono iPhone negro (los detectives lo descubrieron después del crimen). Allí contó lo angustiada que se sentía y que se prometía que ella y Ricky, algún día, tendrían hijos.

Salvo este triste episodio, esos primeros dos años y medio, la pareja pareció funcionar.

En la segunda mitad del año 2013, Brenda ingresó a estudiar higiene dental en la facultad de Stanford-Brown. Sus compañeros contaron que cuando se presentó, el primer día de clases, ella solo habló de Ricky.

A comienzos de 2014, Ricky le regaló un anillo de compromiso. En el horizonte Brenda veía escrita la palabra casamiento. Su novio la acompañó a México para visitar familiares y ella consiguió un trabajo como asistente dental para ayudar con los gastos de la casa. Pero un día de julio de ese mismo año, Brenda llegó llorando a clase. Le dijo a un compañero que Ricky le había pedido cortar y le había dicho que se mudara.

Brenda se fue a vivir con una amiga, pero comenzó a sacar bajas notas, a faltar al trabajo y a obsesionarse con reconquistarlo.

De espías y casualidades

En septiembre de 2014, Ricky se anotó en un estudio de danza para tomar clases de salsa. Hombres y mujeres bailaban y se divertían entrelazando sus cuerpos. Era un nuevo comienzo para él que estaba solo.

Un día llegó a su clase y entre las mujeres estaba Brenda. ¡Qué casualidad!, pensó. Bailaron con diferentes parejas y cuando les tocó hacerlo juntos la química entre ellos volvió a encenderse. “Fue como volvernos a conocer, y decidimos darnos una nueva oportunidad”, relataría Ricky tiempo después.

Por unos meses, todo evolucionó muy bien. Otra vez, la relación prometía terminar en casamiento. Pero cuanto más Ricky lo pensaba, más dudas tenía sobre la relación.

Arrancando el 2015, Ricky trabajaba como profesor en el hospital de la Universidad de Texas. Bajo la aparente calma, algo ocurría que dinamitaba los cimientos de la relación. Un día de febrero él se decidió y le pidió a Brenda tomarse un tiempo: no estaba seguro de lo que sentía. Necesitaba pensar si quería seguir adelante con la pareja.

Ricky creyó que habían quedado en buenos términos. Se mandaban mensajes de texto civilizados para saber cómo estaban y, con demasiada frecuencia, se encontraban sin haberlo acordado… Él iba a correr y justo estaba ella cerca ejercitándose; él estaba comiendo en el restaurante Panera Bread con Mirlande, la enfermera que había invitado a salir, y Brenda aparecía por el lugar. “En ese momento pensé que solo eran coincidencias”, explicó Ricky.

Seguía sin darse cuenta de que la curiosidad de su ex sobre su vida se había vuelto enfermiza.

Brenda había montado una verdadera operación de espionaje. Tenía bajo su control el mail de Ricky y sabía sus contraseñas de iCloud. Además, tenía en su poder la llave del departamento que habían compartido. También se había bajado una aplicación que le permitía geolocalizar el teléfono de Ricky. Tenía todo bajo control y sabía siempre dónde estaba su ex. Hacía capturas de pantalla de los mensajes de Ricky y de sus fotos. Estaba al tanto de con quién salía, adónde viajaba y hasta veía sus tickets aéreos.

Era su sombra: vivía con él sin que Ricky lo supiera.

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Eso sí: se cuidaba muy bien, cuando intercambiaban algún mensaje, de no dejar traslucir cuánto sabía ella de su vida. Brenda estaba segura de que podría retomar el manejo de la relación. Ya lo había hecho una vez y volvería a lograrlo.

Esa seguridad le duró hasta mayo de 2015, cuando él conoció a Kendra Hatcher. En pocas semanas, Brenda se dio cuenta de que esta mujer era diferente al resto. Esta vez, la relación de Ricky iba muy en serio.

Amargura por la felicidad ajena

En el mes de junio tuvo la confirmación a su presentimiento: Ricky le mandó un mail donde amablemente le hacía saber que estaba en una nueva relación. El texto golpeó a Brenda en medio del estómago, fue devastador, perdió el aire. Reflotó su inseguridad. Su ex no solo le decía que el corte era definitivo sino que estaba saliendo con una colega.

La nueva mujer en la vida de Ricky, Kendra Hatcher, era atractiva y exitosa. Originaria del estado de Illinois, en el secundario había sido una destacada jugadora de voley y capitana del equipo de animadoras. Luego de graduarse como odontóloga, se casó con un compañero de la facultad. El matrimonio fracasó y, en 2010, se mudó a Dallas donde empezó su carrera como dentista y se especializó en niños. Con 35 años, la odontóloga pediátrica tenía un futuro promisorio. Vivía en Gables Park 17, un lujoso edificio de departamentos en Dallas Uptown, un vecindario excelente. El complejo tenía una pileta de agua salada con desborde infinito, un gimnasio de última generación, un café gourmet, una sala de internet y conserjería las 24 horas.

Kendra y Ricky se conocieron por la aplicación Tinder. La primera vez que salieron fue el 24 de mayo de 2015. Él la llevó a cenar al restó Kozy Kitchen y enseguida se dieron cuenta de que tenían los mismos valores e intereses.

En esos primeros tres (y únicos) meses de amor, Ricky y Kendra, fueron la postal de la perfecta felicidad. Escapadas, viajes caros, fotos románticas en Facebook, comidas en restaurantes trendy… todo estaba subido en las redes. Ya habían empezado a hablar de casamiento y sus familias se habían conocido.

El problema es que esa felicidad estaba expuesta.

Desde el otro lado de la red, Brenda miraba con furia. No podía soportarlo. La amargaba la sonrisa de Kendra y sus perfectos dientes; envidiaba los ojos verdes de su enemiga y se resentía con el alto nivel de vida que demostraba llevar la pareja.

Debido a que Kendra tenía su cuenta en Facebook sin restricciones, Brenda podía leer todos sus posts. De esa forma se enteró de que Kendra y Ricky habían viajado a California y, también, a un resort en Austin. Su cabeza era un hervidero de malas ideas mientras hacía capturas de pantalla. La carcomía la ira: ella le había dedicado tres años de su vida, llevaba todavía puesto su anillo de compromiso, habían vivido juntos, había abortado un hijo… y, ahora, era reemplazada por una típica “belleza americana”.

La bomba de odio y neutrones estaba casi lista.

Sin embargo, en las pocas ocasiones que estuvo con Ricky, disimuló su rabia. En julio, un mes después de la ruptura definitiva, Ricky necesitó reparar su auto. Fue Brenda quien concertó una cita con un mecánico amigo y lo llevó hasta allí. Dejaron el coche y luego llevó a Ricky al trabajo. Estuvo más que amable.

Contrato mortal

Brenda lo pensó mucho: si Kendra desaparecía, Ricky volvería con ella. El problema era esa mujer. Necesitaba borrarla del mapa. Para eso requeriría un par de sicarios.

Fue a tomar unos tragos con su primo Moses Martinez. Al encuentro llevó un bate de béisbol. Le dijo que le compraría un auto nuevo o le pagaría si él amenazaba a Kendra con el bate para asustarla. Moses le dijo que no, pensó que su prima estaba borracha.

Brenda, entonces, buscó a una amiga llamada Jennifer Escobar, a quien había conocido trabajando en un shopping. Sabía de las necesidades económicas de Jennifer y la invitó para que se mudara a vivir con ella. A principios de agosto de 2015, Jennifer llegó con sus valijas. No había terminado de desarmarlas que Brenda ya estaba hablando obsesionada de Ricky y Kendra. Incómoda, Jennifer empezó a pasar cada vez más tiempo fuera del departamento. Quería evitarla. No hubo caso, la vil oferta llegó: le prometió drogas o un auto nuevo si la ayudaba a vengarse de ellos. Le confesó que quería usar el bate para noquear a su ex y dejarlo en coma y que luego quería matar a Kendra agarrándola por detrás y “apuñalándola en el pecho con una aguja hipodérmica llena de droga o simplemente golpeándola hasta que muriera”, contó Jennifer. Asustadísima, buscó una excusa para irse del departamento.

Brenda siguió adelante con su plan. Se acercó a una amiga de Jennifer, Crystal Cortes, que tenía 23 años, carecía de recursos y era madre soltera de un pequeño de 6 años. Crystal admiraba a Brenda, le parecía solvente, decidida, se vestía bien, usaba maquillaje MAC, tenía su propio auto Lexus y dos grandes sillones de cuero en su living frente a un enorme televisor… Cuando Brenda le ofreció 500 dólares para que la ayudara, Crystal le dijo que sí.

Tres para un crimen

Brenda empezó a invitarla a comer a buenos lugares para planificar el homicidio. Se compró unos binoculares con visión nocturna y juntas comenzaron a perseguir a su víctima: Kendra. En esas comidas decidieron que la mejor manera de matarla era disparándole, pero no sabían de armas. Brenda le pidió a Crystal buscar “un tirador”.

Empezaron a vagabundear por el viejo barrio de Crystal y encontraron a un viejo amigo de ella llamado Kristopher Love. Con 31 años y frondosos antecedentes, vivía de vender pequeñas cantidades de marihuana. En su cuerpo lleno de tatuajes había uno que decía “1 MAN ARMY” e iba acompañado de una imagen del rifle de asalto soviético AK-47. Era el personaje que buscaban. Audaz y sin miedos. Love sabía de armas y quería empezar un negocio en el mundo de la prostitución. Para eso necesitaba dinero. Crystal manejaría el auto y Love (¡qué apellido para un asesino!) dispararía.

Brenda le prometió una paga de 3000 dólares entre efectivo y estupefacientes. Él tomó la oferta. Usaría una pistola Smith & Wesson calibre 40.

Graduación por partida doble

En agosto de 2015, Ricky y Kendra se encontraban disfrutando de su vida, ajenos a los crueles planes de la ex. En septiembre viajarían juntos a Cancún.

Brenda, ahogada en su propia rabia, se graduó el 26 de agosto. Posó en Stanford-Brown sonriendo con sus compañeros, su familia le llevó flores y fueron a comer para festejar. Impostó una felicidad de la que carecía. Era una experta mintiendo.

Ricky le había mandado un mensaje deseándole suerte en su último examen. Pero en el mismo mensaje le anunció que desde el 31 de agosto daría de baja el plan del celular que estaba pagando de Brenda, ya que en octubre se mudaría a Sacramento para un nuevo trabajo.

Todo esto decidió a Brenda. Había llegado el momento de concretar sus planes. Sería el miércoles 2 de septiembre, el día antes que ellos se fueran a las playas de Cancún.

Para el crimen Brenda le pidió prestado a una amiga un BMW plateado que iba a conducir Crystal para llevar a Love a la casa de Kendra. Pero el auto esa mañana tuvo un inconveniente con el acelerador. Lo tuvieron que llevar a arreglar. Dejaron el BMW al amigo mecánico de Brenda, José Ortiz, y él les prestó su camioneta Jeep Cherokee negra para que se pudieran mover.

Crystal llevó a Brenda a la librería pública donde haría un trámite para certificación de su reciente título. Era una excelente coartada.

Luego, Crystal recogió a Love y estacionaron el Jeep frente a los consultorios donde trabajaba Kendra. Crystal y Love pasaron el resto de la mañana mirando fijo el Toyota Camry blanco de la odontóloga.

Cerca de las 14.30, Crystal se dio cuenta de que tenía que buscar a su hijo en el colegio. Salieron hacia allí, recogió a su hijo, lo dejó en la casa de la abuela y apurados volvieron al lugar. Kendra todavía estaba allí. Respiraron aliviados, el plan continuaba.

Cuando Kendra terminó de trabajar, al principio la siguieron sin problemas. En un momento, ella se desvió (luego se sabría que fue al departamento de una amiga para buscar una cámara a prueba de agua para llevar a Cancún) y la perdieron de vista. Prontos a graduarse de asesinos, la pareja de sicarios se dirigió al estacionamiento de la casa de Kendra para esperarla allí. Pocos minutos después la dueña de casa llegó.

Love, que estaba escondido en el asiento trasero, salió del Jeep luego que Kendra los sobrepasó en el garage. Caminó tranquilamente hasta donde ella estaba estacionando. Apenas la mujer bajó del auto levantó la pistola y disparó directo a su cabeza.

Un vecino que estaba saliendo de su vehículo, declaró en el juicio haber escuchado el grito de Kendra y explicó que había sonado como un alarido animal.

Una bala le había perforado el cráneo.

Kristopher no vaciló: tomó la cartera y la cámara de Kendra y corrió hasta el Jeep.

Crystal y él escaparon del parking. En el camino tuvieron que sortear el cuerpo que yacía boca arriba sobre el piso de cemento.

El deseo de Brenda se había materializado: Kendra había sido ejecutada con un preciso tiro en la nuca.

Revuelo mediático

En el exacto segundo en que la pólvora ingresó a la cabeza de Kendra, Brenda se estaba tomando unos tragos en Chili ‘s, con un compañero de clases. A las 21 él la llevó hasta su casa. Recién ahí Brenda llamó a Crystal para saber cómo había salido todo y le pidió que la buscara para ir a buscar el BMW y así poder devolver el Jeep. Cuando Crystal llegó, lo primero que hizo Brenda fue colgarse la cartera de Kendra del hombro y sonreír. Ya empezaba a tomar su lugar vacío.

La ciudad quedó conmocionada con la noticia. En la puerta del garaje de la odontóloga la gente iba a dejar ofrendas, velas encendidas y pancartas con su foto.

Al comienzo de la investigación, debido a que la cartera de Kendra no se había hallado, todos pensaron en un robo que había terminado mal.

Pasada una semana y luego de algunas declaraciones de conocidos de Ricky, la investigación dio un vuelco de 180 grados y se concentró en Brenda Delgado. Decían que, desde la ruptura, ella había estado hostigándolo, leyendo sus textos, sus mails, y persiguiéndolo por la ciudad. Brenda fue llamada por la policía para declarar.

El caso despertó el interés de todos los medios: profesionales exitosos, de buen nivel económico, un posible triángulo amoroso, celos, balas… todo eran condimentos para un excelente policial y buen rating. Las cadenas de televisión, los programas del true crime (48 Hours, Dateline y 20/20) competían por la mejor cobertura de esta historia. El Daily Mail de Londres envió a un periodista. Todos querían hablar con Brenda y conseguir fotos exclusivas.

Los familiares de Brenda insistían que la policía estaba equivocada. Su madre María le dijo al Daily Mail: “Ella es una persona bella, muy cristiana… Tiene los mejores valores familiares y no es del tipo de mujeres celosas”. George Milner, un prestigioso abogado de Dallas fue contratado por su familia para representarla. Él sostuvo que Brenda jamás había estado antes en problemas y que no tenía ninguna enfermedad mental: “Es incapaz de ejercer violencia”.

Ni siquiera Ricky Paniagua sospechaba de ella. Contó que habían quedado en una buena relación. Incluso, esa misma noche del asesinato, Ricky le había mandado un mensaje a Brenda para contarle lo que había ocurrido. Brenda le respondió a la mañana siguiente y le ofreció llevarle verduras y frutas. Ricky dijo que ella era dulce y solidaria, que no podía ser que se transformara, de un día para otro, en una asesina de sangre fría.

Nadie conocía a la verdadera Brenda.

Investigación y fuga

Al primer interrogatorio, Brenda concurrió vestida con una gorra negra, una remera colorida, pantalones de jogging oscuros y zapatillas blancas. Tenía el pelo atado en una coleta alta. El detective Eric Barnes vio que llevaba una pulsera que decía “Yo soy segunda”, eran las que solían llevar puesta algunos cristianos dando a entender que Jesucristo había llegado antes. Brenda dijo ser creyente y miró a Barnes a los ojos. Le preguntó por qué habían llegado hasta ella. Cuando él le contó del crimen, ella sacó de su billetera un papelito prolijamente doblado: era el recibo del restaurante Chili ‘s que demostraba que, a esa hora, ella no podría haber estado en el sangriento estacionamiento.

Barnes la interrogó durante dos horas y encontró algunas inconsistencias en su relato. Brenda aseguró no saber demasiado sobre la relación de Ricky con Kendra, pero las pruebas decían todo lo contrario. Barnes recurrió, entonces, a una estrategia de empatía para tratar de quebrarla. En voz amable le esbozó su teoría: “Creo que odiabas el hecho de no sentirte lo suficientemente conveniente para Ricky. Podría ser que a él no le gustara cómo te vestías; podría ser que él no quisiera una asistente dental sino una dentista verdadera como pareja; podría ser que tus padres no tuvieran dinero suficiente; podría ser que sus estándares fueran demasiado altos para vos. ¡Y que todo eso fuera una difícil píldora para tragar! Mirarte en el espejo y decir: ¿Qué tiene ella que no tenga yo? No creo que seas una mala persona, pero sos una persona herida y te quedaste sin opciones. Todos tienen un punto de quiebre.Y esto es lo que creo que pasó”.

Casi logra su cometido, pero Brenda logró recomponerse y callar.

En los registros policiales Brenda solo tenía una multa de tráfico. La pagó y tuvieron que dejarla libre.

Luego del interrogatorio y asustada por el revuelo mediático, optó por fugarse. El país entero odiaba a quien había terminado con la vida de la bella dentista.

Se subió a un ómnibus rumbo a México.

El 7 de octubre de 2015 se emitió una orden federal de arresto por huida ilegal. El 6 de abril de 2016, seis meses después de ser acusada del homicidio, el FBI la agregó a la lista de los diez prófugos más buscados y ofreció una recompensa de 100 mil dólares. El afiche con su foto decía que se la debía considerar “armada y peligrosa”.

Brenda fue la persona 506 en ser añadida a esa lista (que data de 1950) y la novena mujer.

Durante el proceso judicial surgieron varias certezas:

-El constante acoso de Brenda Delgado a su ex pareja.

-Ella rastreaba su iPhone, tenía su número de seguro social, fotos de pantalla con sus textos y mensajes personales de email.

-Los intentos de contratar a varias personas para hacerle daño a Kendra quedaron probados.

-El auto que intercambiaron con el mecánico quedó grabado en las cámaras de seguridad. El propio José Ortiz al verlo en las noticias, fue aterrado a la policía a contar lo que sabía.

Crystal fue detenida unos días después y los mensajes, entre ella y Love, fueron incriminatorios. En la guantera del auto de él encontraron la Smith & Wesson. También fue arrestado. Faltaba atrapar al cerebro de la banda.

La obsesión a juicio

Durante seis meses, Brenda vivió una ficción. Llevó una vida tranquila con sus familiares en la ciudad de Torreón, en Monterrey, México. Intentaba pasar desapercibida mientras las fuerzas federales del país vecino la buscaban infructuosamente.

El FBI, en conjunto con las autoridades mexicanas, terminó por encontrarla. Fue arrestada en Coahuila y no opuso resistencia.

El 6 de octubre de 2016 fue extraditada a Texas para el juicio. Evitó la pena de muerte gracias al acuerdo entre países que no permitía que una ciudadana mexicana (aunque también era ciudadana estadounidense) fuera extraditada para enfrentar una condena a muerte.

En el desfile de testigos se escuchó que Brenda estaba amargada por la nueva relación que tenía Ricky con la dentista. El jurado vio las fotos que tenía Brenda en su celular de la pareja y cómo los había ido geolocalizando. Milton Martinez, un compañero del secundario, declaró que una vez la llevó a comer afuera y se pasó la noche hablando de Ricky y Kendra. En un momento le preguntó si conocía a alguien que pudiera lastimar a alguien... Milton estupefacto le aconsejó: “cualquier cosa que estés pensando… ni se te ocurra”.

Kevin Brooks, el fiscal del caso, dijo en su alocución: “En un triángulo amoroso, los tres individuos generalmente se conocen. Esa alma bella de Kendra Hatcher, no conocía a esta mujer”, dijo señalando a Brenda Delgado, “La única persona en ese triángulo amoroso inventado, era Delgado”.

El primero en ir a juicio fue Kristopher Love, en octubre de 2018. Apoyados en la declaración de Crystal, que incriminó tanto a Love como a Brenda, al jurado le llevó dos horas encontrarlo culpable de haberle disparado a Kendra. Con 34 años, fue condenado a muerte por inyección letal.

Crystal, quien conducía el auto en el que escaparon, gracias al acuerdo para declarar en contra de Love y Brenda, fue sentenciada a 35 años de prisión y podría salir en libertad condicional en 2033.

En su crucial testimonio le dijo al jurado que Brenda Delgado envidiaba a Kendra y que quería deshacerse de ella como fuera.

Barrotes para un amor enfermo

El viernes 7 de junio de 2019, en la ciudad de Dallas, luego de un juicio de cinco días y en solo veinte minutos de deliberación, el jurado del juicio a Brenda volvió con el papel del veredicto entre sus manos: CULPABLE.

Brenda Delgado, de 36 años, había sido el malvado cerebro que orquestó el asesinato de Kendra Hatcher motivada por los celos y la envidia.

Ni una sola vez, durante los días que duró el juicio, Brenda miró a la familia de su víctima, tampoco a los testigos. Solo le clavó la mirada a Ricky cuando subió al estrado. Él se negó a mirar en su dirección, pero fue obligado por el fiscal cuando le pidió que identificara a la acusada. Sus miradas se cruzaron solo durante dos segundos.

La sentencia fue perpetua, sin posibilidad alguna de libertad condicional.

Bonnie Jameson, la madre de Kendra, sostuvo al escuchar la sentencia: “Se hizo justicia con este veredicto”. A la acusada, a quien se refirió como “la raíz del mal”, le dijo en la cara: “Nunca podrás ser la clase de mujer que fue mi hija Kendra Hatcher”.

Ricky Paniagua vive hoy en Sacramento, California, y trabaja en el Centro Médico Roseville. No se sabe mucho más sobre su vida.

Brenda, hoy tiene 38 años y estará por siempre tras las rejas. Sus sueños quedaron atrapados en la locura de sangre que pergeñó, como la mariposa que tiene tatuada desde adolescente -en la parte inferior de su espalda-. En la celda no hay espacio para que pueda agitar sus alas.

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